miércoles, 30 de diciembre de 2009

¡Regresó papá!

Hace muchos años atrás, poco después de que naciera yo, papá viajó a un lugar muy lejano. Una mañana, escapó de Riohacha en busca de prosperidad y de un Macondo para su familia. Durante muchos años, mi padre viajaba por el mundo mientras mi madre y mis hermanas nos hacíamos compañía, eran vagos los recuerdos de él y yo lustrándonos los zapatos en la puerta del armario blanco en nuestra casita de San Martin, los paseos en mi bicicleta BMX color azul y frenos de mano por las calles de San Juan y el diario que papá comenzó a escribir durante el embarazo de mamá y mis primeras semanas de nacido.

Años después, al leer los manuscritos de papá cuando detallaba mis primeros días en este mundo era como descifrar los libros de Melquiades y descubrir el inmenso amor que sentía por mí. Mirar las fotos donde posábamos papá y yo era un ritual sentimental que me permitía de vez en cuando, porque eran pocos los días en que él se encontraba en casa y no había mejor manera de recordarlo que robando su alma en una fotografía. Por esas épocas, mamá asumió el rol de padre para los campeonatos del colegio, para los partidos de básquet en la canchita del IPD y para las despedidas en los paseos de verano. Pero, no puedo olvidar las sesiones de ajedrez con papá en la casa de las Flores, cuando él me vapuleaba con autoridad en ese deporte ciencia, aunque no por mucho, porque aprendí rápido el manejo de las fichas y terminé venciéndolo en más de una oportunidad. Imposible olvidar la vez que intentó convencerme de que amar a una mujer mayor que yo era la peor forma de comenzar a vivir el amor, o la vez que asistió a la iglesia y me vio llorar en medio de la congregación y soportó la vergüenza de no poder expresar sus sentimientos frente a tanta gente. Nunca olvidaré la vez que me regaló una cajita de condones para disfrutarlos con alguna chica distraída, cosa que nunca hice, te lo confieso papá, porque terminé botando la cajita camino a casa de Elena, la chica que me gustaba en ese entonces, por miedo a que ella encontrara en mi bolsillo semejante artefacto lujurioso. Fui feliz cuando juagábamos pelota en el parque de la casa de las Flores, cuando chicos de mi edad me miraban jugando contigo, yo vestía mi uniforme de la U y tú peloteabas como un niño más en medio de nosotros. Recuerdo la noche en que fuimos a ver los resultados del examen de admisión a la universidad y celebraste mi ingreso con la frase más memorable salida de tus labios: hijo, el futuro es tuyo. Esa noche sentí que me amabas como cuando escribías sobre mis primeros días en este mundo.

A pesar de que su viaje era largo, papá aparecía cuando menos lo esperaba. Como cuando me fue a recoger al colegio con un coche nuevo, o, las veces que iba detrás de nosotros cuando mamá escapaba a la casa de la abuela en Ica. También cabe decir, que algunas veces te olvidaste de mí, como cuando olvidaste recogerme de la academia de Paseo Colón, en el centro de Lima. Todos los trabajadores de la academia se burlaban de mí, porque ya tenía once años y no sabía cómo llegar a casa… ¡Qué vergüenza papá! O como la vez que regresé de mi viaje de promoción y tuve que caminar solo a casa mientras mis amigos abrazaban a sus papás que se habían tomado la molestia de levantarse a las seis de la mañana para recoger a sus retoños.

Pasaron algunos años y algunas cosas fueron cambiando. Ya no venias con frecuencia a casa, mamá hacia lo posible por criar a tres chicos desobedientes y engreídos, el colegio fue fácil pero en la universidad las cosas cambiaron, una de mis hermanas abandonó la universidad y la casa también, y, de la última no te digo nada porque recién entra a secundaria. Poco a poco comencé a entender que tu ausencia era crónica y que era mejor acostumbrarse que sufrir por eso. Además, qué mejor que ser independiente y no tener a un padre fiscalizador detrás de mí, al final, creo que era muy afortunado, aunque algunas veces te extrañaba, y mucho.

Tus paradas fueron haciéndose más espaciadas y mis turbaciones aumentaban con la edad. Al principio Dios y la iglesia habían ocupado tu lugar, pero a veces es mejor tener a un padre que tener a Dios, por algo será que el grandísimo inventó el puesto de papá, quizás no podía solo con todo el trabajo. Pasaban los días y mis intenciones de ser padre se perdían en los ruegos de Sofía porque algún día, muy lejano, tuviera un hijo mío. No me siento en la capacidad de encargarme de otro ser humano, al que seguro amaré tanto como tú me amas a mí, pero al que terminaré haciendo infeliz, porque algo dentro de mí me dice que aquel hijo mío será escritor y se vengará en sus novelas y manifiestos, lanzándome toda su frustración y matándome de pena por no saber cómo ayudarlo. No quiero pasar por el juicio de un descendiente mío, porque soy un cobarde que sabe que la escuela para padres jamás abrirá una nueva matricula y que el único instructor en esta tarea épica es el amor. Pero el amor es efusivo, impulsivo y atarantado, no es un buen maestro a pesar de sus buenas intenciones, tal vez necesite de alguien que haya pasado por la escuela de la vida, quién sabe, alguien como tú papá, tal vez.

Lo genial de todo esto es saber que me amas, y si te fuiste es porque buscar algo mejor para mi, para tus hijas y tu mujer, porque sabes que el camino en esta vida es largo y espinoso, y a veces es necesario hacer algunos sacrificios, como este viaje durante más de veinte años por los parajes más inciertos y bellos por los que la vida misma te ha llevado.

Lo genial y maravilloso de este viaje es que tu destino era tu punto de partida. Regresaste al lugar donde escribiste los manuscritos de mis primeros días en este mundo y acabaste con tu sacrificio de amor, terminaste con ese viaje largo por desiertos llenos de oro y plata. Finalmente estamos juntos ahora, porque dejaste las maletas en el armario blanco donde antes lustrábamos tus zapatos y mis zapatillas, y regresaste para quedarte, para enseñarme esa tarea interminable de ser papá y convertirme en el hombre que soñaste cuando aún buceaba en el vientre de mi madre. Convertirme en ese hombre que sabe amar y que a pesar de viajar por el mundo, jamás olvidó que tenía que volver algún día, para jugarle un segundo tiempo a la vida y una partida más de ajedrez.

Ahora yo muevo las blancas, te toca a ti.

Para mi padre, la persona que regresó para rescatarme.

No hay comentarios:

Publicar un comentario