miércoles, 30 de diciembre de 2009

Llegó Vida

Llegó Vida a casa. Vida es Vidalina, una chica de Cajamarca que llegó a Lima a trabajar en el departamento de mis padres. Yo no estuve de acuerdo con su llegada, porque el departamento de mis padres es muy pequeño y no necesita una persona más que haga intransitable la sala y el comedor. No me gusta tener gente extraña en casa, pero mis padres necesitan a una persona que les ayude en las cosas que mi hermana y yo no pensamos hacer.

Vida tiene 30 años. Nació en la misma ciudad que mi padre, San Miguel de Cajamarca. Tiene una hija de cinco que todavía no va a la escuela y una madre que le pidió que venga a Lima porque Nina, mi tía (que en realidad se llama Guillermina), le comentó que su hermano, es decir, mi papá, necesitaba una chica que lo ayude con las cosas domésticas.

La primera noche escuché a Vida sollozar. Seguramente extraña a su hija y a su madre. No tengo muchas fuerzas emocionales como para acercarme a ella y consolarla. Estoy mal estos últimos días. No pensé que la soledad fuera tan dura conmigo. Extraño a Sofía, pero no tengo valor para llamarla, solo le escribo y me aferro a la idea de su regreso aunque sea lejano.

Vida es muy diligente y tímida. Me causa gracia cuando se sonroja porque no se acostumbra a comer con desconocidos. Es gracioso cuando me dice: joven, cosa que puede ser cierta porque tengo el cuerpo de un chico de veinticuatro años, pero el alma de un viejo de ochenta en su lecho de muerte.

Nunca pensé que una mujer podía hacerme tanta falta, excepto mi mamá. Ya se cumplirá un año de la partida de Sofía y aún tengo el recuerdo de esa última noche en mi casa, dormidos de la mano, deseando que la mañana no llegase. Ahora sólo tengo su foto al lado de la maquina donde siempre escribo, su álbum escondido en mi mesita de noche, su gorra crema de una radio local, su caricatura gigantesca, el polo de la facultad donde estudiábamos, sus cuadernos y sus notas al pie de pagina.

Hablé con Vida y le dije que mi cuarto es un lugar al que no debería entrar con mucha frecuencia. Que mi habitación no necesita limpiarse, porque de eso me encargo yo, que no necesita tender mi cama porque yo la desordenaré a mi regreso, que mis libros y mis cachivaches no deben moverse de donde están. Vida obedece y se va con mi hermana, la menor de la familia. Maricé tiene trece años y está con toda la rebeldía adolescente. Por momento se lleva bien con Vida, por otros, sobretodo cuando le dicen que dormirá en su habitación hasta que ambienten un lugar cómodo para ella, la odia y no la quiere ver. La noche del sábado estaba a punto de salir al cine, no sabia qué ver, solo estaba esperando a una amiga que escogiera la cartelera. Mi madre comenzó a discutir con Maricé, porque ella no soportaba una noche más durmiendo con Vida. Defendía su privacidad, su espacio, no era justo que la obligasen a compartir su cuarto con otra persona. Mamá me pidió que hablase con ella antes de irme. Yo no sabía qué decirle, no tengo manejo con los chicos berrinchudos y engreídos.

-¿Qué te pasa Maricé?

-No te importa. Déjame sola.

-¿Es porque no quieres compartir tu cuarto con Vida?

-Si, por eso.

-Pero no es para siempre, sólo por un tiempo.

-No, no quiero, con las justas soporto que mamá duerma aquí cuando se pelea con papá. Menos soportaré a una chica que no conozco.

-Pero si papá y mamá pelean todo el tiempo. Ya deberías estar acostumbrada.

-Si, lo estoy. Es mi mamá, que puedo hacer. Pero Vida no es nadie, no quiero dormir con ella.

Me quedo pensando, buscando una solución.

-¿Qué puedo hacer para que no hagas escándalos y dejes que Vida duerma unos días contigo?

-Dame dinero.

-Oye, eso es extorsión.

-Lo sé, necesito liquidez.

-Como has crecido. Y pensar que te tuve entre mis brazos.

Maricé ríe escandalosamente.

-Ya pues, hablas como mamá.

Reímos los dos.

-¿Cuántos quieres?

-Cincuenta soles.

-OK, sigue peleando con mamá. Yo me voy.

-OK, OK, con veinte me conformo.

-Ahora está mejor.

Le doy los veinte soles y siento por dentro la satisfacción de ser un buen hermano y un futuro buen padre.

-Deja que Vida duerma unos días contigo sin chistar. Yo le diré a papá que acelere la ambientación de su nuevo cuarto.

-¡Vale!

El domingo Vida estaba muy callada en la lavandería. Me da cierto remordimiento estar echado en el mueble viendo televisión sin conversar con ella, dejando que se aburra entre estas cuatro paredes blancas. Voy a la lavandería y la encuentro leyendo. Tenía entre sus manos un libro azul, pequeño. La pasta decía: La Santa Biblia, edición Ilimitada, prohibida su venta. Le pregunté qué leía. Me dijo: la Biblia joven. Qué dice la Biblia, digo. Que la vida tiene pruebas y que debo ser valiente para superarlas, dice. Qué prueba estas pasando, pregunté. Estar acá pues joven con ustedes, respondió. Sonreí. Lo harás bien, dije. Dios debe ser muy malo para obligarte a pasar esta prueba tan difícil, tan difícil como alejarme de Sofía, pensé. Esa tarde me fui a mi cuarto, cogí la Biblia y traté de entender a Dios.

Han pasado los días y su presencia se ha convertido en cotidiana. No habla mucho y por estos días creo que es lo mejor. Me molesta a veces porque no quiere comer lo que mi mamá prepara, y no porque no tenga hambre o porque no le guste, sino porque se siente limitada, cohibida, a pesar de que le hemos dicho que puede comer todo lo que quiera.

Hemos vuelto a ser cinco personas en la casa. Desde que mi hermana se fue hace dos años nadie había intentado pasar más de una semana con nosotros, ni siquiera Sofía. Somos insoportables, aburridos, siempre hacemos lo mismo y nunca salimos de nuestras cuatro paredes. Sofía hacia que los sábados fueran distintos. A veces se quedaba a dormir. En esos tiempos Maricé no se molestaba mucho, en realidad no se molesta cuando la aspirante a compañera de cuarto es Jimena, Susan o Brigit, sus amigas de la escuela. Algunas veces Vida no tiene nada que hacer en el departamento. Otras, prefiero no decirle nada y hacerlo yo porque no me gusta subordinar a alguien, no me siento bien y menos si creo que la paga es mala aunque mi madre dice que la comida diaria compensa. El día que Sofía y yo vivamos juntos no tendremos a nadie que nos ayude. Viviremos los dos, sin terceros, en una burbuja gigante sin lugar para nadie más.

Espero que Vida no decida irse como se fue mi hermana. Creo que con el tiempo se acostumbrará a vivir con nosotros y se sentirá parte de la familia. Quien sabe en las próximas semanas se anime a salir a la calle a visitar a una hermana a la que no ve por años. Lima intimida a cualquiera, pero sé que Vida lo hará muy bien.

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