domingo, 21 de septiembre de 2008

Un sábado diferente

Los sábados por la mañana siempre son iguales. La mayoría de veces la paso durmiendo porque la noche anterior me quedé leyendo hasta tarde. Otras veces me quedo viendo televisión hasta el medio día. En todos los casos jamás me quito el pijama y nunca me baño. Mi madre siempre sufre conmigo para desbaratar esa costumbre tan desidiosa y crónica de tirarme al abandono, en lugar de aprovechar el día y salirlo a buscar.
Lo que siempre busco, a costa de la desesperación de mi madre, es prender la computadora para navegar un poco y bajar películas, canciones o ver videos por youtube. Me encanta ver entrevistas a escritores famosos, o recordar esos episodios de mi vida que quedaron grabados en la red, allá por los años de felicidad que ya quedaron atrás.
Mi cuerpo a media mañana se acuerda de pedirme alimento. Así que corro a la cocina, saltándome los gritos de papá, que al verme con el pijama, me recuerda que él siempre está bañado y bien vestido, listo para salir, aunque nunca salga. Como algo y regreso a mi guarida para seguir navegando o escribiendo o simplemente pensando.
Este sábado, a desmedro mío, salió el sol en mi día íntimo. No ese astro amarillo que calienta desmesuradamente cada punto por el que camino, sino, esa emoción interior que es como un sol que irradia de felicidad todo tu interior y te hace sentir mejor ser humano. Navegando como siempre, perdido en mi rutina semanal, veo que una ventanita aflora en mi pantalla. Una luz anaranjada parpadeante me avisa que tengo un mensaje o una invitación para conversar con algún ser humano ocioso que, al igual que yo, tiene el sábado más aburrido de la historia.
Cuatro amigos de toda la vida, se dieron cita, por iniciativa del destino, en este espacio virtual, que exactamente no se sabe donde queda. Esta maravilla de la tecnología, que te permite acercarte a las personas que la distancia se propone separar. A miles de kilómetros, Normita, la chica alegre de mi escuela. La divertida, la hilarante, la que siempre tenia un lindo gesto, una linda frase, conmovedora y emotiva, como la que tuvo para mi el último cumpleaños que pasé en la escuela. Ahora, lejos de todos, Normita vive en Vermont, al norte de los Estados Unidos. En un lugar que, según me cuenta, es maravilloso y diferente, lleno de nieve y de zonas verdes dependiendo de la estación. Un lugar frío, pero con un sol resplandeciente los días de verano. Un lugar bello para ver nacer a su primer bebe, que según me cuenta será niña, pero que en el fondo tengo la sensación de que será varón, o gay, como me dijo ella, genial, el día que le pregunté por el sexo de su bebe.
No tan lejos, pero tampoco tan cerca, Martha, la amiga que está presente en alguna de estas historias que cuento de vez en cuando. Esa persona que llegó a ser mi confidente, la que sin reparos me dice que soy un imbecil, esa es mi amiga Martha, toda una administradora de empresas, bilingüe, con proyectos fascinantes de vida y con un trujillano que la atormenta desde hace algunos meses hasta hoy.
Luis, mi compañero de mil batallas, sanas todas, porque el pecado no convive con él. Recuerdos inolvidables, de viajes y paseos, de desencuentros por amor, de guerrillas académicas, de fanatismos religiosos y de locura por el fútbol. Todo un personaje en mi vida, pero no por aparecer en mis historias publicadas, sino, por ser parte de esa infancia feliz en la casita de madera, jugando play station o simplemente haciendo nada.
Y finalmente mi amigo Marco Antonio, nombre histórico, y es que en la historia quedará escrito que fue el primer hombre de la promoción en ser papá. Benjamín, el hijo de Marco Antonio, un lindo bebe de año y medio, que por fatalidades de la vida, corre el riesgo de tenerme como padrino; porque la verdad es que soy un fracaso como para asumir una responsabilidad tan grande, pero felizmente cuento con Martha, que será la madrina y la persona que hará menos penosa nuestra labor como segundos papás. De todas formas, gracias querido Marco Antonio por pensar en mi como padrino de tu primogénito.
La conversación fue infantil, desordenada, una especie de cotorreo que buscaba poner al día a Luís que, sumergido en su mundo espiritual, no sabia que Norma estaba embarazada y que ya tenia más de cinco meses.
-Parece que Luís está recontra atrasado en las noticias –dice Martha
-Si, así parece –dice Normita.
-Normita esta embarazada –digo.
-¿Enserio? Felicidades amiga, no sabia nada –dice Luís.
-Ya tengo cinco meses y una semana –dice Normita.
Marco Antonio salió con la genialidad de contar sus planes de visitar Rusia. Nos sacó del cuadro, porque estábamos tan afanados con el tema del bebe de Normita. También, mi futuro compadre, nos sorprendió con sus conocimientos sobre alumbramiento. No paraba de dar consejos a Normita, sobre ese momento tan crucial en su vida.
-Me voy a Rusia –dice Marco Antonio.
-¿A Rusia? –dice Normita.
-Tienes que tener cuidado con el cordón umbilical de tu bebe, se le puede enredar el en cuello –dice Marco Antonio.
-Mejor que nazca por cesárea –digo.
-No, yo quiero que mi hijo nazca en forma natural, en mi casa, con la familia de Herid –dice Normita.
Martha jugaba con la idea de ser mamá y con la ilusión de que ese milagro ocurriera con su actual novio, el famoso trujillano.
-Martha ya nos estamos quedando –digo.
-Si pues, no puede ser –dice Martha.
-Pero tienen que ver bien con quien tienen un hijo. Tienen que ver el tipo de sangre –dice Marco Antonio.
-¡UY! Entonces mi trujillano no pasa –dice Martha.
Todos ponemos ‘jajaja’.
Fue increíble lo bien que la pasamos, sentados cada uno en el lugar que le toco estar, lejos de todos y a la vez tan cerca.
-Espero que regreses pronto Normita, tu mereces estar aquí con todos los que te queremos –digo.
-Espero que así sea –dice Normita.
-Si, para que tu bebe, si es varón, salga a jugar pelota con mi Benjamín –dice Marco Antonio.
-Si, seria genial. Y yo me comprometo a llevarlos al parque para que se haga realidad ese partidito de fútbol –digo.
-Y si sale mujercita, igual aquí las tías la vamos a llevar a todos los sitios nice de Lima, para que sea una chica regia –dice Martha.
Me emociona recordar que Normita fue mi pareja de promoción en la última fiesta que significo el final de cinco años de secundaria. Mi papá me llevó en el coche a buscarla. Yo estaba con mi terno azul, ese que tuve que regalar hace poco porque ya no me quedaba, y una orquídea fucsia, porque ese era el color del vestido de Normita. Su mamá nos tomó algunas fotos y horas después nos dio el alcance en el colegio, donde fue la fiesta de promoción. Fue una linda noche, triste y emotiva. Todos terminaron llorando, incluso Normita, pero menos yo, porque me hice el fuerte y jugué al hombre serio y maduro que supera las etapas fácilmente.
Con Marco Antonio y Luís, recuerdo la vez que viajamos a Huancayo y a Huaraz, representado al colegio en unas tontas olimpiadas de matemáticas. Rescato el gran viaje que hicimos, lo momentos compartidos, la convivencia, cosas que siempre atesoro en mi corazón: como la vez que vomité sobre el equipaje de Marco Antonio, porque no soporté la altura de Huaraz, algo irónico, con mi metro noventa de estatura; o la vez que nos quedamos con Luís hasta muy tarde, pasada la media noche, y despertamos al profesor con nuestros ruidos escandalosos que trataban de llamar la atención de Elena, la niña por la que nos enfrentábamos a duelo. No captamos la atención de Elena, pero si llamamos la atención de ese profesor, que nos castigó a penas salió el sol.
Lejos de volver a vivir esos momentos maravillosos con estas grandes personas, me conformo y disfruto mucho haber despertado este sábado y haber tenido la felicidad de encontrar a estos grandes amigos de la vida, que hoy están lejos de mi, pero que van por el mundo buscando su felicidad, sumando vivencias, sueños, y dándose el tiempo para retroceder un segundo, a ese pasado feliz que nos unió, a esa infancia alegre y divertida, a esos recuerdos de historias en el aula, viajes, fiestas, y demás, que nos hicieron lo que somos ahora.
Gracias amigos míos por regalarme un sábado distinto, espero conocer pronto al bebe de Normita, que más allá de que sea varón o mujercita, llenará de alegría la vida de todos nosotros.
Hasta el próximo sábado.

domingo, 14 de septiembre de 2008

El poder de una falda

Jaimito y Betito son dos niños de diez años. Ambos van a la escuela Virgen Maria, un santuario de futuros varones. Jaimito y Betito son grandes amigos. Se conocieron el año pasado, cuando Betito defendió con uñas y dientes la lonchera de Jaimito, que iba a caer en manos de El Gordito, un chico repitente, mucho mayor que ellos.
Betito, junto a su padre, pasaba por casa de Jaimito para recogerlo e ir juntos al colegio. Jaimito sacaba mejores notas que Betito, pero, sin embargo, este último era más atlético y deportista que el primero. Betito era amante de los cochecitos de juguete. Jaimito adoraba los libros que le compraba su mamá. Betito proyectaba ser un varoncito rudo, noble, encantador, fuerte, todo un espartano con rasgos muy masculinos. Jaimito parecía más intelectual, cuadriculado, entregado a los juegos de ajedrez o damas chinas, débil, todo un ateniense delicado.
Cuando no estaban juntos, era porque estaban cada uno en su casa. Los dos amaban jugar pelota en horas de recreo. Betito siempre defendía a Jaimito cuando alguien quería abusar de él. Jaimito siempre sacaba de apuros a Betito, cuando algún chico mosca quería aprovecharse de la inocencia e ingenuidad de Betito.
Un día, porque en toda historia siempre existe ‘un día’, llegó a la escuela Virgen Maria, de visita, una congregación de niñas del colegio San José. Jaimito y Betito fueron a la bienvenida y saludaron con besito en el cachete a todas las niñas visitadoras (que no se entienda por visitadoras lo que alguna vez entendió Vargas Llosa)
Entre toda la multitud de niñas ajenas al día cotidiano de Jaimito y Betito, apareció una mujercita de piel blanca y de sonrisa graciosa, la cual, cautivó la mirada de estos dos amiguitos. Jaimito, como buen poeta (o remedo de poeta) trató de acercarse a ella. Por su parte, Betito, galante y encantador, buscó la manera de acompañar a Jaimito y también mostrar sus credenciales a la linda niña que llegaba de visita. Por un momento Jaimito y Betito olvidaron el partido de fútbol de la hora de recreo y fueron juntos a dar la bienvenida a Angelita, la niña de sonrisa graciosa.
Angelita era muy dulce. Tenia una mirada muy particular, algunos entendidos en la animación tres ‘D’ dirían, que los ojos de Angelita son muy parecidos a los ojos del gato con botas en la película Shrek. Jaimito y Betito cayeron rendidos a esos indiscutibles encantos.
Los primeros amores, y más sin son a primera vista, son inolvidables para un niño. Cortazar decía que sus primeros poemas, esos que su madre jamás creyó que él pudiera escribir, eran dedicados a ese amor de niño que solo pueden terminar en la muerte misma. Así lo asumían Jaimito y Betito, que a sus escasos diez años, ya pensaban como Cortazar.
La fuerte amistad de Jaimito y Betito se fue diluyendo con el paso de las horas, en ese día largo y alegre, todos acompañados del sol y de juegos de gymkhana. Jaimito y Betito sacaron sus mejores argumentos para robarle una sonrisa graciosa a Angelita, que veía con sus lindos ojos, los denodados esfuerzos de estos dos caballeritos, hidalgos, porque eso sí, la batalla fue de hombrecito a hombrecito, limpia por parte de Jaimito y aguerrida por parte de Betito.
Angelita disimulaba su relativo interés por esta contienda bizantina, de dos niños como ella que, buscaban mostrarle sus talentos. La pasaba bien. Y si bien es cierto que las niñas crecen más rápido que los niños, digamos que este caso, no niega esta afirmación; porque Jaimito y Betito estaban frente a una mujercita agrandada que se divertía mucho con las ocurrencias de estos dos bisoños concursantes a su amor y suspiraba secretamente por la linda sensación de sentirse deseada en este agradable día de sol.
El premio máximo al que aspiraban estos dos galanes primariosos, era un piquito en los labios rosados de Angelita. Solo uno de esos besos inocentes, llenos de dudas y pudores, de bochornos y sonrisas nerviosas. Para ello, Betito le mostraba su fuerza, levantando alguna piedra pesada, de esas que sobran en el colegio; Jaimito paseaba con su libro de poemas nerudianos, el mismo que le regaló mamá, el día de su cumpleaños, con la esperanza de que Jaimito sea el escritor de la familia. Betito habla sobre su colección de carritos de carrera, clásicos y modernos, invitándola a su casa para conocerlos y jugar juntos haciendo carreritas. Jaimito le sugiere visitar algún cine, claro, acompañados de mamá, porque ellos no pueden salir solos. Él, como caballerito que es, se compromete en ir a recogerla y acompañarla a su casa a las horas que ella ordene. Betito busca pelea a quien ose molestar a Angelita, claro, menos con Jaimito, que si bien es su rival, sabe que no puede sacar ventaja de su fuerza natural.
Entre poemas primariosos de Neruda, carritos de carrera, invitaciones al cine y peleas en busca del honor de niños, se acabó el día para este triangulo amoroso de carrusel. El sol se fue y, con él, toda la fantasía del primer amor. Ninguno de los dos le pidió el teléfono a Angelita, y por ende, nunca más la volvieron a ver. Jaimito y Betito sellaron la rivalidad al día siguiente, con un buen partido de fútbol a la hora de recreo.
Hoy, el amor por una mujercita chocó contra el amor entre amiguitos; esta vez fue un empate, pero tenemos que tener muy claro señores, que el poder de una falda es más peligroso de lo que pensamos.