miércoles, 30 de diciembre de 2009

El agregado más absurdo

La literatura, en especial la novela, fue un descubrimiento reciente, de algunos años atrás. Me encanta la magia del escritor para crear o contar una historia, muchas veces personal, otras invenciones totales, ambos casos con la misma capacidad de hacernos divagar por mil lecturas y un sinfín de conclusiones. Cada personaje es un mundo diferente, una sicología en la cual muchas veces nos sentimos identificados. Quién no ha leído alguna novela que parece extraída de nuestra propia vida. Muchas veces intuimos que el escritor, con cada historia que nos cuenta, hace un intento fallido por plasmar su biografía. Otras veces los escritores asaltan su intimidad y nos regalan una novela humana que oscila entre lo real y la ficción. En mis exploraciones por narrar historias, he usado mucho esta forma de escribir. Me gustan los personajes a los cuales una canción que alguna vez escuché denominó: 'los agregados absurdos'; esos que sufren por amor, que no son bienvenidos para los personajes principales, porque son tristes y jamás serán protagónicos, porque carecen de talento, de belleza o de créditos para ganar un lugar en el podio de la novela. Estos personajes siempre se enamoran de la mujer más bella de la novela, de esa musa que los lleva al otro lado de la luna, donde descansan y sueñan los poetas. Como es evidente estas mujeres bellas no se fijan en el personaje afanoso que está detrás de ellas, porque sueñan con el príncipe azul que baja del caballo para recogerlas, elegirlas en medio de un mar de chicas lindas. Este príncipe azul es el centro de la novela, de la historia, es bello o tiene dinero, es un galán potentado, generalmente de escaso cerebro y que esconde en su personalidad encantadora a un rufián que cree hacerle un favor a la bella doncella enamorada.

En la vida misma me ha tocado ser ese tercer personaje, aquel que pasa desapercibido para la actriz principal. Ese mediocre actor de reparto que lo único que reparte es amor y detalles lindos para su princesa, pero que a cambio recibe la indiferencia, o, lo que es peor, recibe el título de gran amigo, de hermano, de confidente, el pañuelo de lágrimas de esta mujer embobada por el príncipe azul. Este ser extraordinariamente patético poco a poco se convierte en el depósito de mierda, en el baúl donde se guarda lo que apesta, lo que avergüenza, pero sin embargo, de ese mismo hoyo hediondo debe rescatar las palabras más dulces para reconfortar a su amada, darle un abrazo de esperanza, disculparse en nombre de ese príncipe azul por la estupidez humana de no valorar a una mujer tan perfecta como la que tiene al frente.

Y es que para que exista novela la niña de los ojos lindos debe equivocarse de amor. Debe fallar en su intento por ser feliz, debe entregarse a un ser malvado y nauseabundo, sufrir un largo tiempo, para que al final descubra que el verdadero amor está en otra dirección, no tan lejos de ella, esperando que abra los ojos y abandone esa sentencia voluntaria de ser infeliz junto a un patán. Pero cabe mencionar que el patán tiene su mérito, por lo general es cautivador en su manera de hablar, te enrolla en una telaraña de mentiras y buenas intenciones. Para enamorar, este protagonista ganador usa su verborrea embustera, sus mejores calificativos, sus mejores dardos van detrás del centro de esa diana enamoradiza, que necesita un amor, una esperanza o mil promesas.

Lo curioso de este tercer actor es su espíritu de lucha. A pesar de que sabe que tiene todas las de perder, piensa en ganador y apuesta todo por el amor de su amada. Sabe que cualquier migaja de cariño por parte de la bella dama son solo muestras de desprecio para aquel hombre que le hizo daño, del cual quiere vengarse, pero solo una noche, una tarde, porque al final terminan perdonando a ese amor nocivo y regresan a los brazos traicioneros de aquel galán que duerme con ella todas las noches. Este personaje perdedor debe consolarse con los pequeños momentos que le regala su reina y no esmerarse en persuadir a ésta de que abandone a su amor narcótico, porque ella podría ofenderse y abandonarlo, lo cual sería fatal para este empequeñecido hombre que no es capaz de escapar de esa prisión, de esos ojos miel con los que sueña todas las noches, las mismas, en las que su amada duerme en otro lecho.

Para reconocer el valor de este corazón no correspondido, diremos que gana algunas batallas. En el mejor de los casos, la mujer despechada se entrega a la venganza junto con su amante de turno y termina por complacer los deseos de éste, aunque a la mañana siguiente el amante espere que la noche se prolongue para siempre, lo cual no sucederá porque ella sólo quiso sentirse deseada, bella, y se viste nuevamente para regresar a casa. En el peor de los casos, este amigo conveniente solo acompaña los lamentos de su amada, mientras la adora en secreto, mientras desea que la realidad le dé una oportunidad de amarla como no puede hacerlo ese tipejo despreciable. El amor no correspondido es un arma poderosa para los escritores que abusan de estos personajes olvidados y pobretones. En nombre de ese amor, obliga al protagonista perdedor a humillarse, a convertirse en un ser humano que vive de la generosidad de esta mujer que no lo ama, que sólo lo quiere como amigo, la peor forma de querer a un hombre enamorado.

En mi experiencia personal, porque como aspirante a escritor no puedo dejar de usar esta herramienta literaria, puedo decir que en un par de oportunidades he sido este personaje impresentable, mediocre y perdedor. No es necesario contar el final de esas historias que me presentan como el amigo conveniente, el agregado más absurdo, el segundo plato en la mesa, porque esas bellas mujeres jamás me tomaron enserio, no me vieron, no me amaron más que como se ama a un buen hombre, amigo, hermano mayor. Y es que en esas historias no es necesario un tercer punto que forme el triangulo, porque el patán que sólo ignora en el fondo es el príncipe real, no azul, ese que ama defectuosamente, ronca, expide flatulencias, llora, ríe, sangra, come y caga, porque no existe ficción en las relaciones de amor, todo es cruel y real, y bastan sólo dos puntos para encontrar la distancia más corta entre dos corazones que se aman sin razón.

No somos necesarios en el día a día, solo en la literatura seguiremos siendo esos héroes delirantes que aman sin ser correspondidos, esos títeres de escritores frustrados como yo, que se camuflan en su historia con algún personaje de éstos, para no decir su verdadero nombre, para no decir que ellos fueron esos seres inanimados que la vida, o el amor, alguna vez golpeó.

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