domingo, 4 de julio de 2010

666


Mi celular duerme en el bolsillo derecho del pantalón. No suena porque nadie se acuerda de mí. Mientras camino, me agacho, corro o me siento, se marca solo, como aburrido de dormir todo el día, como una forma de manifestar su disconformidad con el uso tan ocioso que le doy. Se marca solo porque es moderno, tecnológicamente hablando. Basta con tocar su pantalla para que una placa de números aparezca y fácilmente se pueda marcar. Otras veces, ingresa inteligentemente a mi base de contactos y escoge un número al azar, como preguntándose jocosamente ‘¿a quién jodo hoy?’. También, activa la opción de televisión y comienza a gritar escandalosamente en cualquier lugar, sin importarle qué cosa importante pueda estar haciendo yo. Si no es la televisión es la radio. Las pocas veces que he tenido saldo, estas impertinencias de mi celular me han salido costosas. Varias veces me he quedado sin un centavo de crédito por la autonomía irrevocable de mi celular por querer llamar sin mi consentimiento y por la burla insidiosa de mis contactos que no cuelgan la llamada a pesar de que saben que yo no los llamé.
Es de noche, cuando cojo mi celular de rato en rato, preocupado por el silencio sospechoso que mantiene hace más de una hora, me percato que está haciendo una llamada de larga distancia, una llamada que me costará caro, porque es internacional, creo, aunque muchos pueden decir y sostener que el receptor de mi llamada se encuentra dentro del país. Mi celular, sin reparos ni complejos, está llamando al 666.
El celular da algunas timbradas y alguien contesta.
-Aló, ¿quién habla? –se escucha una voz de ultratumba y yo dudo en contestar.
-Buenas, mi nombre es Sergio.
-¿Qué desea?
-Solo disculparme, mi celular se marcó solo y no pude evitar esta llamada indeseada.
-¿Quiere decirme que no desea hablar conmigo?
-No, no señor. Quiero decir que lamento molestarlo. Mi celular impertinente se marcó solo.
-Entiendo.
-Nuevamente mil disculpas. Adiós, hasta nunca.
-¿Hasta nunca?... No estés tan seguro muchacho… -responde ‘La Bestia’, burlándose de mí.
-Perdóneme señor, pero creo que usted se equivoca conmigo –digo, algo nervioso y sintiendo un ligero escalofrío. La voz es penetrante, tormentosa.
-El que debería perdonarte es otro. Yo no perdono a nadie.
-Entiendo, pero estoy tranquilo, no tengo qué temer.
-Eso dicen todos… pero mira como el averno ya me está quedando chico.
-¿Usted no decide, señor?
-¿Quién crees que soy?
-Usted es ‘La Bestia’, el maligno…
-Mejor dime Lucifer, eso de Bestia nunca me gustó. Pero tú lo has dicho. Y tienes suerte de que yo contestara el teléfono, generalmente lo hace mi secretario, un político en retiro.
-Bueno señor, mucho gusto, ahora sí, hasta nunca –digo más decidido a cortar.
-Ya te dije muchacho, no estés tan seguro.
-¿Por qué no debería estarlo? –pregunto ofuscado, alterado repentinamente.
-Te conozco, y eres de los míos, eres tan sucio e indigno como yo.
-Se equivoca don Bes… don Lucifer.
-Nunca fallo en mis predicciones… tú y algunos peruanitos más bajaran a mis terrenos.
-No me interesa escucharlo. Ahora sí colgaré.
-Puedo ver lo que hay en tu corazón. Puedo ver tus anhelos, tus deseos más íntimos. ¿Estás enamorado de una muchacha, verdad?
-Eso no le importa señor, no hablo de mi vida privada.
-Esa chica jamás te hará caso, es demasiado pura y celestial para ti.
-¿Por qué no me hará caso, usted qué sabe?
-Sé más de lo que te imaginas. ¿Se llama Daniela, verdad?
-No le interesa señor. Adiós –digo y trato de colgar, pero una duda me lo impide.
-¿Acaso no he pagado mi pecado? ¿Acaso mi soledad no compensa todo el sufrimiento que causé?
-No mi querido hijo –dice la Bestia, con un tono cariñoso- yo no me satisfago tan rápido.
-No soy su hijo, así que mantengamos la conversación de ‘usted’.
-Como quieras, igual pronto bajaras a mi encuentro –dice irónico.
-Daniela es la mujer que despertó mis ilusiones y avivó mis ganas de volverme a enamorar. No es justo que mi pecado aun me condene. Usted debe indultarme.
-No es mi trabajo hacer eso. Debes hablar con el ‘Bravo’, con el que me botó de una patada del paraíso, del Edén.
-No, tampoco volveré a la iglesia. Soy ateo, no creo ni en ti ni en él.
-¿Crees en el destino?
-De eso no estoy seguro.
-¿Cómo explicas que estés hablando conmigo?
-Es una impertinencia de mi celular, siempre hace llamadas indeseadas.
-Claro, entiendo. Pero veo mucho dolor a tú alrededor, mucho sexo, mucha droga, mucho alcohol…
-¡Basta! Todo eso quedó atrás, Daniela me cambió la vida –digo, ofuscado, incómodo.
-Una mujer no es capaz de tanto –dice riendo la Bestia- a lo mucho te puede distraer, hacer creer que eres bueno, pero en el fondo, siempre terminas siendo lo que ves frente al espejo todas las mañanas, el mismo pecador insaciable de placer y éxtasis.
-Daniela me ha dado un motivo para cambiar mi vida, me inspira, me transforma. Si creo en algo, es en ella, es la representación del Dios que todos adoran. Es mi diosa.
-Encima blasfemo. Estás jodido hombrecillo –dice, con un tono de lástima.
-Ella corresponderá a mi amor, tarde o temprano, de eso estoy seguro.
-En el fondo conoces lo que es la fe. Vaya sorpresa.
-Sí, tengo fe en ella. En el amor que me hace sentir.
-Eres valiente, o aparentas serlo. Me gusta, me gusta como los humanos chapucean en el mar de sus pecados, luchando contra ellos, martirizándose, azotándose como animales temerosos que esperan la ira de su amo.
-Yo no tengo patrón, mi vida es para Daniela.
-Por eso mismo me es fácil atraerlos, cautivarlos, someterlos a los placeres del mundo, porque nunca dejan de ver con el rabillo, con la comisura del ojo, cada tentación que le pongo al frente –dice la Bestia, siguiendo su disertación sobre los humanos sin importarle lo que yo diga- lo que olvidan es que desde que nacen están condenados, jodidos.
-No me importaría morir si vivo con Daniela.
-Perfecto. Entonces no puedes rechazar mi oferta.
-¿Cual?
-Te ofrezco a Daniela, para siempre, aun después de la muerte, y a cambio te pido ese mismo amor que sientes por ella, ese amor materializado, concedido a mí –dice con una voz interesada, ansiosa por escuchar mi respuesta.
-Así quisiera no puedo amarte como amo a Daniela. Me es imposible aceptar tu oferta –respondo después de mantenerme en silencio unos segundos.
-Muy bien. Te ofrezco todo lo que sueñas y me rechazas. Eres soberbio, ¿crees que lograrás el amor de Daniela solo, sin ayuda?
-Estoy seguro –respondo, aunque en el fondo la verdad era que no estaba tan seguro.
-Me mientes, pero haré como si te creyera. Pondré mayor énfasis en hacerte caer en tentación y jamás harás feliz a Daniela. Jamás –sentenció la Bestia.
-Si me vas a poner tentaciones, que sean chicas y muy lindas –digo, envalentonado y sarcástico.
-Que así se escriba, que así se haga. Hasta pronto, Sergio.
-Hasta nunca don Bestia…
-Lucifer… ya te dije…
-Lucifer, Lucifer… sí, lo siento… es la costumbre.
Cuelgo y miro sorprendido el adminiculo moderno que me comunicó con la Bestia, y al lado encuentro la foto angelical de Daniela, sonriente y feliz, con su toga de recién graduada.
-Lo mejor será que apague el celular y que vuelva a la época de los rines y teléfonos públicos.
Le doy un beso a la foto de Daniela, boto el celular y me voy a dormir.

jueves, 1 de julio de 2010

Discurso de Aceptación del Premio Nobel de Literatura 1982

GABRIEL GARCIA MARQUEZ

Borges

EL AMOR Y LA AMISTAD SEGÚN BORGES

Extracción de la piedra de la locura

Alejandra Pizarnik