miércoles, 30 de diciembre de 2009

La leyenda del Dragón Rosa

Cuando era cajero de un banco nacional siempre me preguntaba de dónde salía tanta plata. Mis manos se cansaban de acariciar billetes que no eran míos, mis ojos se nublaban con la cantidad de personas que invadían el salón del banco, esperándome, para dejar más dinero.

Yo trabajaba en la avenida Aviador en San Joaquín, un distrito de clase media-alta, con lindos parques, edificios enormes y calles silenciosas. La avenida Aviador era el lugar más comercial de este distrito. Era una avenida llena de restaurantes, casinos, cabinas de Internet, mercados, bancos, hoteles y baños sauna. Todos estos negocios repartían su dinero entre las agencias de banco más populares del país.

El banco para el que trabajaba era ese que usaba un cuy para sus propagandas televisivas. En mi diario transcurrir atendía a muchos tipos de personas, pero sobretodo: ‘chinitos’. Los clientes orientales entraban a mi agencia y se divertían con el famoso ‘cuy mágico’ que regalaba plata y con los videos hechos en casa que repetían una y otra vez en el televisor donde se proyectaban los tickets de atención. Y es que mi agencia parecía una sucursal de China, Corea, Japón o de algún país asiático donde todos eran jaladitos y hablaban en una lengua incomprensible que, para muchos, hasta daba miedo.

Los ‘chinitos’ eran muy serios. Algunos no respondían al saludo, otros parecían tener problemas con el agua y al jabón porque nunca se bañaban, la mayoría no conocía el peine, siempre repetían el mismo ajuar, pero sin embargo, cargaban en sus cuentas millonarias sumas de dinero. Un prejuicio tonto el mío, pero válido para mis amigos que siempre se burlaban de cada ‘chinito’ que llegaba a mi ventanilla.

La avenida Aviador era un lugar tranquilo, urbanizado, con pistas saneadas y una obra ferroviaria inconclusa de un gobierno nefasto de hace veinte años. Los quioscos en las esquinas vendían cada día la noticia más violenta en los diarios de la capital. Historias de lugares lejanos a la avenida Aviador. Muerte, violaciones, corrupción, delincuencia y demás cánceres de esta sociedad invadían las carátulas de los periódicos.

Una mañana antes de ir a trabajar, leí un titular colgado en el quiosco de la esquina donde hablaban de una muerte que había enlutado la avenida Aviador. Un ‘chinito’ dueño de un restaurante había sido encontrado muerto en el interior de su departamento con tres disparos en la cabeza y varios cortes en el cuerpo. La policía estaba tras los pasos de los asesinos pero aún no se sabía mucho. La noticia me consternó, me pareció difícil de creer porque esas cosas no pasaban a menudo en la avenida Aviador. Más creció mi sorpresa cuando leí el nombre de la victima: Mr. Lie.

Mr Lie era un fiel cliente. Siempre hacia depósitos por montos grandes en mi ventanilla. Recuerdo que me había cogido cariño. Alguna vez me dio pases libres para dos personas en su restaurante, otras veces me dejaba propinas por evitarle la espera y, era tanta nuestra confianza, que en muchas ocasiones no contaba el dinero que traía y simplemente hacia el deposito.

Mr. Lie estaba muerto. Ese ‘chinito’ encantador que siempre me hacia reír con su forma de hablar el castellano había sido asesinado cruelmente en su departamento y jamás lo volvería a ver. Me entristeció la noticia.

Llegué a la oficina y el titular era el tema de conversación. Todos tenían una versión de los hechos, algunos se basaban en la información leída en los diarios, otros dejaban aflorar su imaginación afiebrada y otros como yo guardábamos un minuto de silencio por nuestro querido amigo Mr. Lie.

En la avenida Aviador corría el rumor de la existencia de un grupo llamado el Dragón Rosa. No se tenía ninguna información oficial de este grupo de asesinos, pero se decía que eran una organización dedicada a la extorsión de comerciantes de origen chino y que habían instalado sigilosamente su centro de operaciones en la avenida Aviador. Este grupo de sanguinarios delincuentes eran capaces de cobrar ‘cupos de vida’ a cada comerciante chino, dueños de restaurantes, saunas, casinos y demás, con la condición de dejarlos vivir si cumplían con el pago puntal de los montos requeridos. Yo no creía mucho en esa historia de película china donde el protagonista es Jacky Chang o Bruce Lee. Consideraba que el asesinato de Mr. Lie era un intento de robo de alguna banda local de delincuentes menores y no una organización internacional. Los chicos en sus ventanillas antes de abrir la agencia seguían comentando sobre la muerte de nuestro conocido cliente y sobre sus posibles asesinos: los Dragones Rosa. Decían que esta banda estaba compuesta por ‘chinitos’ marginados en las convocatorias de empleos y que la necesidad los había llevado a tomar represalias contra los causantes de su falta de trabajo. También decían que eran de alguna opción sexual alternativa porque sus victimas tenían cortes con alusión a símbolos masculinos y se ensañaban con las desfiguraciones de rostro y entre pierna. Por un momento pensé que estaban exagerando y que nada de lo que mis compañeros de trabajo decían era cierto. Pero quedé sorprendido cuando abrí un diario y encontré las fotos de Mr. Lie, muerto, desfigurado, y entendí que no todo lo que se decía era producto de la imaginación de mis amigos.

‘La victima fue encontrada con tres balazos en la cabeza y decenas de cortes en la cara y en el bajo vientre. Se sospecha de algún tipo de tortura china o de un ritual homofóbico…’, decía el diario.

No sospechaba que Mr. Lie fuera homosexual, aunque nunca se sabe.

El diario también hablaba de unas cuentas en los bancos a nombre de personas sospechosas de ser miembros menores de esta organización. Supuestos peruanos de padres chinos con documentos de identidad adulterados habían abierto algunas cuentas bancarias donde las victimas depositaban el valor de los cupos por sus vidas.

¿Los infinitos depósitos que Mr. Lie hacia tendrían algo que ver con estas cuentas?, me preguntaba, mientras contaba mi dinero para comenzar el día.

Los chicos hacían bromas sobre los posibles depósitos a estas cuentas fraudulentas, sobre la olla de grillos que se estaba develando y esperábamos, de todo corazón, que la existencia de esas cuentas bancarias fuera una exageración de la prensa.

Abrimos la agencia y comenzamos a trabajar con un cierto miedo. La tranquilidad de la avenida Aviador había sido saboteada por esta muerte lamentable de Mr. Lie. Con forme iba atendiendo a los clientes sentía que Mr. Lie aparecería en cualquier momento, con su bolsita de dólares o soles y una gaseosa de cortesía por la atención. Después de leer la información del diario empecé desconfiar de los ‘chinitos’ y sus depósitos de fuertes cantidades de dinero. Como ya no estaba Mr. Lie y por miedo a que lo dicho en el diario sea verdad, que las cuentas bancarias beneficiarias estuvieran a nombre de miembros de esta organización criminal, comencé a pedir documentación sustentatoria y explicaciones escritas del motivo, procedencia y destino del depósito. Llenaba unos formatos de mayor cuantía y declaraciones juradas que el banco por norma solicitaba. Para mi sorpresa, los ‘chinitos’ eran muy renuentes al momento que les pedía esa información. Nadie quería firmar los formatos de mayor cuantía y declaraciones juradas, tampoco daban datos verídicos sobre el destino de los fondos. La procedencia era lo más claro, todos decían que era producto de sus negocios en la avenida Aviador, pero nadie especificaba más sobre el motivo y destino de los depósitos en efectivo. Mis miedos comenzaron a agrandarse, tal vez era verdad lo que informaba el diario, quizás la mafia china existe y la tenemos más cerca de lo que pensábamos.

Hablé con mi supervisor sobre el tema, le dije que tenia ese presentimiento, que los chinitos ya no querían hacer sus depósitos y se llevaban el efectivo preguntando que desde cuándo piden toda esa información porque nunca antes la habían dado. Mi supervisor me conminó a seguir aplicando la norma y habló con cada uno de los cajeros para que nos atrincheremos en una misma forma de atención. Todos debemos pedir evidencias.

A media mañana, los trabajadores de Prevención de Lavado de Activos y Terrorismo, un área fiscalizadora del banco, al parecer se habían enterado de la noticia de Mr. Lie y llegaron a mi agencia sin el menor aviso para el recibimiento respectivo. Sus caras eran de pocos amigos, hablaron con mi supervisor y mi gerente de oficina. Se había confirmado la identidad fraudulenta de los dueños de esas cuentas bancarias cuyo fin era el cobro indebido de esos cupos de vida por parte de esta organización de los dragones rosa. Las cuentas fueron bloqueadas y pidieron la información sustentatoria de todos los depósitos fuertes en los últimos seis meses. No había mucho. Los trabajadores del área de prevención se fueron muy mortificados y dejando varias cartas de amonestación, una de las cuales, me cayó a mi. Entre otras medidas, mi agencia fue fiscalizada con mayor frecuencia, cambiaron a los supervisores y hasta el gerente, sancionaron a varias asesoras de venta (las que habían aperturado esas cuentas con identificación falsa) y no les renovaron a algunos compañeros de caja.

La leyenda del dragón rosa era verdad. El tema terminó olvidándose de la misma forma repentina con la que saltó a la luz. Mis días en el banco terminaron no mucho después. Quería alejarme de las mafias y del dinero ajeno por un buen tiempo.

Ahora cada vez que paso por la avenida Aviador y miro mi ex agencia tengo la sensación de que Mr. Lie, gaseosa en mano, está esperándome a que salga a atenderlo, pero esta vez, llenaríamos la declaración jurada de sus fondos. ¿Si o no Mr. Lie?

No hay comentarios:

Publicar un comentario