miércoles, 30 de diciembre de 2009

La pirata Carmenchu

Carmen es Carmenchu, la chica de las películas del fin de semana, la de los conciertos, la de las clases de matemáticas, la de los paseos por Wilson, la de las tertulias por MSN y la de las noches de baile y alcohol. Carmen es Carmenchu, porque así le escuché decir a Oscar cuando ella pisó la oficina por primera vez y porque tiene un estilo distraído y dormilón al momento de caminar que provoca la ternura de llamarla con un diminutivo chistoso, y, como Carmencita no tiene nada de chiste, le decimos Carmenchu. Carmenchu se convirtió en mi amiga, aunque no me di cuenta cuando ocurrió, porque con ella no se sabe, no te dice nada, solo se deja expresar por muecas y mohines que algunas veces son divertidos y, otras, no tanto.

Con Carmenchu hemos hecho casi de todo, y es que nos queremos mucho a pesar de que ya no trabajamos juntos, porque ha quedado vigente una amistad que será para siempre, una complicidad que sólo con pocas mujeres había logrado, porque Carmenchu es algo así como mi Ximena (la productora y amiga de Jaime Bayly) con ella no puedo guardarme nada y, aunque a veces terminamos discutiendo, siempre volvemos a ser amigos y siempre volvemos a ver películas en su casa.

Las personas que nos conocen confunden esa amistad con algo menos, y digo ‘menos’ y no ‘más’ porque creo que llevar nuestra amistad a otro nivel estropearía todo, y es que seguro lo intentamos alguna vez, pero ella no me soportó, y preferimos ser los amigos geniales y eternos que somos ahora y dejar esas cosas complicadas del amor de pareja que ni ella ni yo entendemos. Por otro lado, no nos preocupamos por disimular nuestro cariño y damos pie a que nos hagan parte de una novela de amor mexicano, y nos divertimos horrores cuando nos preguntan: ¿Están?

Puedo recordar que todo comenzó en alguna fiesta del banco. Aquella noche seguro conversamos, me confesó que había estudiado letras en San Marcos, que odia la vida que lleva y que no vive con sus padres. Eso nos unió, el amor por las letras, el odio por nuestras vidas y el deseo de escapar de nuestros padres. Y es que para ese entonces yo también quería huir de casa, huir de mi propia vida, largarme a alguna parte a buscar esa felicidad que no encontraba en Lima. Después me contó que era socialista, como no podía ser de otra manera habiendo estudiado letras en San Marcos, y la amé más porque compartíamos las mismas ideas de justicia y equidad, ella moría por trabajar en una ONG e irse a zonas de conflicto social, estudiar el caos y la marginación del pueblo serrano y selvático, y denunciar el olvido del gobierno hacia los que menos tienen; yo, siendo más caviar que ella, quería largarme del país, llevar cursos de literatura y escribir novelas que atentaran contra este sistema democrático vil y corrupto.

Nuestro acercamiento a Patria Roja, las publicaciones de a Mano Alzada, las lecturas interminables de la Cuarta Espada, nuestras discusiones sobre Mao y sus tácticas de guerra, el recuento de los años ochenta en el Perú, las películas Nazis, los libros Marxistas y la salsa de Blades nos fraternizaban aún más. Y es que somos unos revolucionarios sin chispa, unos Guevaras sin Castro, unos Pablos Pueblo resignados a vivir una vida adormecida y burguesa, pero siempre con la mente y la mirada puestas en ese mundo ideal y por eso Carmenchu es mi compañera, mi guerrillera al frente, mi huelguista preferida.

Como nadie es perfecto, Carmenchu tiene ese lado vano e intrascendente que muere por un tal Renato Cisneros, algo que me pasa a mí con Bayly; pero igual me enfurece, me corroe, me jode, porque deja de leerme por leer a ese burguesito completamente dispensable de cualquier biblioteca. Aunque también debo decir que los comentarios más gratos y generosos los he recibido de esta mujer a la que quiero mucho y a la que espero tener a mi lado por siempre.

Carmenchu es una gran mujer y conocerla cambió mi vida. Ahora veo más películas que antes, piratas todas, porque es eso lo que somos, dos piratas que van por este mundo buscando el baúl de la felicidad, esa cosa abstracta que nos es esquiva, pero que algún día lograremos alcanzar.

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