domingo, 14 de septiembre de 2008

El poder de una falda

Jaimito y Betito son dos niños de diez años. Ambos van a la escuela Virgen Maria, un santuario de futuros varones. Jaimito y Betito son grandes amigos. Se conocieron el año pasado, cuando Betito defendió con uñas y dientes la lonchera de Jaimito, que iba a caer en manos de El Gordito, un chico repitente, mucho mayor que ellos.
Betito, junto a su padre, pasaba por casa de Jaimito para recogerlo e ir juntos al colegio. Jaimito sacaba mejores notas que Betito, pero, sin embargo, este último era más atlético y deportista que el primero. Betito era amante de los cochecitos de juguete. Jaimito adoraba los libros que le compraba su mamá. Betito proyectaba ser un varoncito rudo, noble, encantador, fuerte, todo un espartano con rasgos muy masculinos. Jaimito parecía más intelectual, cuadriculado, entregado a los juegos de ajedrez o damas chinas, débil, todo un ateniense delicado.
Cuando no estaban juntos, era porque estaban cada uno en su casa. Los dos amaban jugar pelota en horas de recreo. Betito siempre defendía a Jaimito cuando alguien quería abusar de él. Jaimito siempre sacaba de apuros a Betito, cuando algún chico mosca quería aprovecharse de la inocencia e ingenuidad de Betito.
Un día, porque en toda historia siempre existe ‘un día’, llegó a la escuela Virgen Maria, de visita, una congregación de niñas del colegio San José. Jaimito y Betito fueron a la bienvenida y saludaron con besito en el cachete a todas las niñas visitadoras (que no se entienda por visitadoras lo que alguna vez entendió Vargas Llosa)
Entre toda la multitud de niñas ajenas al día cotidiano de Jaimito y Betito, apareció una mujercita de piel blanca y de sonrisa graciosa, la cual, cautivó la mirada de estos dos amiguitos. Jaimito, como buen poeta (o remedo de poeta) trató de acercarse a ella. Por su parte, Betito, galante y encantador, buscó la manera de acompañar a Jaimito y también mostrar sus credenciales a la linda niña que llegaba de visita. Por un momento Jaimito y Betito olvidaron el partido de fútbol de la hora de recreo y fueron juntos a dar la bienvenida a Angelita, la niña de sonrisa graciosa.
Angelita era muy dulce. Tenia una mirada muy particular, algunos entendidos en la animación tres ‘D’ dirían, que los ojos de Angelita son muy parecidos a los ojos del gato con botas en la película Shrek. Jaimito y Betito cayeron rendidos a esos indiscutibles encantos.
Los primeros amores, y más sin son a primera vista, son inolvidables para un niño. Cortazar decía que sus primeros poemas, esos que su madre jamás creyó que él pudiera escribir, eran dedicados a ese amor de niño que solo pueden terminar en la muerte misma. Así lo asumían Jaimito y Betito, que a sus escasos diez años, ya pensaban como Cortazar.
La fuerte amistad de Jaimito y Betito se fue diluyendo con el paso de las horas, en ese día largo y alegre, todos acompañados del sol y de juegos de gymkhana. Jaimito y Betito sacaron sus mejores argumentos para robarle una sonrisa graciosa a Angelita, que veía con sus lindos ojos, los denodados esfuerzos de estos dos caballeritos, hidalgos, porque eso sí, la batalla fue de hombrecito a hombrecito, limpia por parte de Jaimito y aguerrida por parte de Betito.
Angelita disimulaba su relativo interés por esta contienda bizantina, de dos niños como ella que, buscaban mostrarle sus talentos. La pasaba bien. Y si bien es cierto que las niñas crecen más rápido que los niños, digamos que este caso, no niega esta afirmación; porque Jaimito y Betito estaban frente a una mujercita agrandada que se divertía mucho con las ocurrencias de estos dos bisoños concursantes a su amor y suspiraba secretamente por la linda sensación de sentirse deseada en este agradable día de sol.
El premio máximo al que aspiraban estos dos galanes primariosos, era un piquito en los labios rosados de Angelita. Solo uno de esos besos inocentes, llenos de dudas y pudores, de bochornos y sonrisas nerviosas. Para ello, Betito le mostraba su fuerza, levantando alguna piedra pesada, de esas que sobran en el colegio; Jaimito paseaba con su libro de poemas nerudianos, el mismo que le regaló mamá, el día de su cumpleaños, con la esperanza de que Jaimito sea el escritor de la familia. Betito habla sobre su colección de carritos de carrera, clásicos y modernos, invitándola a su casa para conocerlos y jugar juntos haciendo carreritas. Jaimito le sugiere visitar algún cine, claro, acompañados de mamá, porque ellos no pueden salir solos. Él, como caballerito que es, se compromete en ir a recogerla y acompañarla a su casa a las horas que ella ordene. Betito busca pelea a quien ose molestar a Angelita, claro, menos con Jaimito, que si bien es su rival, sabe que no puede sacar ventaja de su fuerza natural.
Entre poemas primariosos de Neruda, carritos de carrera, invitaciones al cine y peleas en busca del honor de niños, se acabó el día para este triangulo amoroso de carrusel. El sol se fue y, con él, toda la fantasía del primer amor. Ninguno de los dos le pidió el teléfono a Angelita, y por ende, nunca más la volvieron a ver. Jaimito y Betito sellaron la rivalidad al día siguiente, con un buen partido de fútbol a la hora de recreo.
Hoy, el amor por una mujercita chocó contra el amor entre amiguitos; esta vez fue un empate, pero tenemos que tener muy claro señores, que el poder de una falda es más peligroso de lo que pensamos.