martes, 14 de julio de 2009

¿Amor?

Cuando se escribe de amor se escribe dependiendo de muchas cosas, de la edad que se tenga, de la experiencia, de si uno es fiel, infiel, fiel retirado, infiel empedernido, puritano, casto, inocente, tonto, engañado, despechado, etc. etc. y las palabras intentan en ese momento ser lo más inherente a la idea, al dolor, a la emoción, a la tristeza, a la ilusión, al desengaño... obviamente nunca lo logran, la palabra, aun cuando sea la más rebuscada o la más sencilla, o sea la conjunción perfecta de sonetos y frases, no podrá transmitir ese sentimiento original y único del que se desangra escribiendo, intentando vanamente sacar de muy dentro toda aquella fuerza emocional que siente en el pecho, sea de felicidad o no... lo que si podrá lograr es inspirar un sentimiento particular en el otro, en el que lee y dice... claro, es así por ejemplo como me sentí, como me siento, como me gustaría sentirme... que feo, no me gustaría sentirme así... y será otro sentir el creado, con una percepción particular del que lee, del que busca sentir, del que busca ser comprendido en su sentir, quizás del que quiere olvidar que siente, o que sólo el siente así...

Lo mismo ocurre con el amor al que aludí al principio. Un par de personas pueden encontrarse en un mismo lugar, en una misma circunstancia, podrán sentirse atraídas la una por la otra, podrán ser novios, casarse, ser felices hasta tener muchos, muchos años juntos, pero nunca sentirán "lo mismo"... eso de decir que "el siente lo mismo que yo" es en realidad una expresión bastante inexacta. No, él no siente lo mismo que tú lo que no quiere decir que no te ame, pues para él amar puede ser otra cosa parecida pero no igual. Qué nos orienta en todo esto... pues quizás algunas decisiones o ideas que en nuestra sociedad adjuntamos a la pareja, al noviazgo, al que sea en serio me refiero... ya habrá tiempo para hablar de lo "informal". Decisiones tales como, invitarla a salir, invitarlo a dar una vuelta, acompañarla a casa, llevarla luego de una cita, pedir ser el novio, pedir la mano, mudarse a vivir juntos, casarse, ser fiel, regalar flores o peluches o cosa parecida en los aniversarios... primero mensuales, luego anuales... esconder el anillo en un postre en una mesa de cena romántica, en una copa de vino en la playa o en el campo... esperar que no se lo trague... el anillo digo.
Esperar que diga que sí.

Pasos que suponemos podrían pasar y que nos dan una idea de que estamos demostrando eso que sentimos y que hemos concordado en llamar amor. Eso que da una idea al otro de que estamos sintiendo algo bonito y quizás pasional por ella, por él... algo tierno, algo sin comparación pero inmensamente único en nosotros, tanto como el ADN... decirle que lo quieres, oír que te ama, pequeños salvavidas en la deriva del desconocimiento que hay entre dos personas, entre sus ideas, entre sus pensamientos tan personales y desconocidos, quizás para él mismo... y que no debemos obstinarnos en conocer para saber más, porque en realidad no hay "más"... es infinito; y sin embargo necesario saber para no sentirse sola estando a su lado.

¿Y si el amor no es lo mismo para ambos casos? ¿Está mal que ella no sepa que no la amas tanto así como para tatuarse su nombre?.... osea los tatuajes no van contigo... ¿acaso esta mal el no animarse a hacer el ridículo una sola vez por decirle que lo amas? quizás no es tu estilo cantar en un karaoke o algo así, ni aunque se esté muriendo porque lo hagas... pero lo amas eh, eso si. Porque la amas tanto que necesitas todos los días por la noche sentir su cuerpo en tus dominios, o es que quieres sexo... ah, no, o... claro que si pero porque la amas... cierto. Y si no quiere... uy.

Quisieras leer un mensaje de texto tan solo un vez en un día cualquiera, como antes... que te ama, sin que sea tu cumpleaños o tu aniversario... últimamente reemplazado por la misma caja de flores a la oficina. O que te diga para reservar el restaurante... ese pues, en el que siempre piden esa comida para dos... MMM, ¿el amor se acaba? o mejor ¿era amor?... ¿te apresuraste a creer porque surgió distinto a lo demás? ¿que es el amor de verdad? es eso que dices sentir y que es mágico, intenso, inmenso, real, que te toma por entero, que te hace ser otro, otra... al menos por un tiempo, cuando poco ya te sorprende... y si quieres sorpresas en el amor, novedades... quizás debiste suscribirte a una revista de actualidad, o conocer cada tres meses "el amor" en otros ojos, en otros cuerpos, en aquellas partes que la persona anterior no tenia, aun sabiendo que la actual puede no ser, y descubriendo que en algún momento la novedad se acaba, pero los pocos q persisten en eso q sienten sin hacer esfuerzo, es porque disfrutan de esa compañía, de esa confianza... pero querer ciegamente una relación, mantenerla con "mucho esfuerzo y tantos años", seguir forzando a que el es, que ella es, mira y si ya me casé que van a decir, y mi bebé no me lo van a dejar ver, y nuestros amigos en comun, y la casa de ella... y en el fondo sabes que hay algo que no tiene o que ya perdió... que, de encontrarlo en otra persona, lo tomarías sin dudar, o dudando un poco... pero lo tomarías, total, nadie lo va a saber, ni ella... y quizás después vuelvas mas cariñosa habiendo dejado de lado ese estrés, pudiendo dedicar todo tu "amor" a quien está contigo incondicionalmente, a quien se preocupa por ti, que se preocupa por tu almuerzo, por tus pies dolidos, por ese dolor de cabeza!... pero, a quien quizás... solo quizás... le pueda estar pasando lo mismo que a ti, solo que duda traicionarte... ¿traición? ¡Pero como hablamos de eso si eso no fue así! fue algo sin importancia, algo de momento, sucedió lo que tenía que suceder, no es traición, no estás enamorada de él, no estas enamorado de ella... ¿te quiere dejar por una cosa fugaz? pero por favor que falta de cariño, donde esta el amor que te profesaba si ante la mas mínima prueba ella desaparece, herida, indignada... ¿y como se enteró? ¿Acaso sus amigotes le fueron con el chisme? por algo no te caen esos amigos, o buscó en tus bolsillos, en tu celular, ¿como pudo desconfiar? no, con celos no se puede vivir... ¿y si también conoció a alguien? ¿se habrá enamorado? creo que estaba buscando como terminar contigo y esperó solo un error, eso fue... o quizás, sólo quizás... le fallaste, y pensaste sólo en ti cuando esa persona ya entendió que no es una, y no le satisface buscar diversiones de ese tipo porque se divierte contigo, porque no le molesta esa manía que tienes al respirar, porque si le molesta no es suficiente para que vayan mal, pero caramba porque tienes que sacrificar todo eso? si a tus patas no les paran bola y tu tienes la suertota de que las mujeres vienen solas, de que los hombres te regalan de todo y hacen cola por ti! porque debes dejar eso de lado si es envidiable... uuugghhhh que maaal, que injustooo... pero si tu sales a pasear con ella casi siempre, llegas temprano, sólo algunas veces tomas unas cervecitas o bueno eso dices... un momento, ¿que te obliga a seguir con él? es que es él, me quiere de verdad, ya tenemos tanto tiempo... cuando la conociste supiste que sería algo importante... y lo es, pero por qué renunciar si eres joven, atractivo, ¡si es natural, casi instintivo!... si ella no lo ha hecho quizás es por otra cosa... será porque, si pues, ¿por qué me ama?

Gracias por compartir esto conmigo.
Se te quiere mucho y no olvides que
a partir de hoy necesitaré leerte.

Una patada en la mera torre

Todos los jueves en la noche voy a celebrar la magia del fútbol. Religiosamente mis amigos de mi ex agencia, San Marcos, y yo, nos reunimos en pantalones cortos, zapatillas rotas y polos raídos, en busca de esa adrenalina que nos hace sentir peloteros profesionales, bastante parecidos a esos Mancos, Chorris, Maestris, Solanos, Focas, Guerreros, y demás inefables vividores del fútbol que le pegan al balón con una destreza que no tenemos, pero que creemos tener, y nos regocijamos celebrando goles que ni nuestras amigas más cariñosas celebran.
Todos los jueves damos rienda suelta a nuestra pasión, el fútbol. Una pasión más fuerte que cualquier cosa, más fuerte que el poder de una falda, más importante que los cumpleaños familiares, que las amigas, que las madres, etcétera. El fútbol nos recuerda la manera arcaica de ver la vida, la forma primitiva, la de dos bandos que buscan perforar una caverna hecha de redes y travesaños, corriendo detrás de un balón, empujándose, barriéndose, golpeándose, lacerando la piel, todo en busca del triunfo, una victoria que nadie reconocerá, pero que no deja de ser la noticia de los próximos siete días.
Ahora que vivo en otra agencia, le pedí a mi amigo Mario que me acompañara a este partido trascendental con la agencia Lima Cargo. Nos reunimos como siempre en la cancha de la calle Cueva, en San Miguel. Pagamos la cancha de gras sintético, nos cambiamos la indumentaria de trabajo por la de peloteros, tomamos algunos vasos de cerveza, los que nos entonaron para el duro encuentro, nos vacilábamos entre nosotros y todo era alegría y risas.
Pelao, Jorge, Joel, Valiente, Paulino, Grillo, Giorgio, Freddy y yo, todos dirigidos por el estratega y serrucho Luís Bri, salimos a la cancha en busca del triunfo moral de ganarle a una agencia enemiga en el campo de juego y desconocida fuera de él.
En la tribuna estaban las chicas de San Marcos, abnegadas, grabando y gritando cada jugada hilarante que salía de nuestros pies. Valgan verdades, porque la sinceridad debe estar ante todo, tengo que hacer una mención a parte para Joel y Jorge, que son unos crack, unos chicos tocados por EL DIEGO, con un talento para llevar el balón como si en sus pies tuvieran un guante. Joel engordó las redes enemigas en un par de ocasiones y Jorge en una. Ambos son geniales en el manejo de la pelota.
El trámite del partido fue el normal. Entramos a la cancha y fue en ese momento que decidí dar un paso al costado porque, sin mi, estaban completos. Me senté al lado de Luís Bri, el estratega, el chico con el grano más grande jamás visto en una frente. Discutíamos el partido, gritábamos como si tuviéramos autorización para hacerlo, como si alguien nos haría caso en medio de tanto barullo. La pelota iba de un lado a otro. La agencia Lima Cargo estaba dispuesta a llevarse la victoria, ya que antes de comenzar el partido, algún optimista, apostó una caja de chelas bien heladas para el ganador. San Marcos se defendía de todas la arremetidas de Lima Cargo. Grillo se hizo figura en pocos minutos. Giorgio se hizo el patrón de la defensa sanmarquina. Pelao se apoderó del medio campo y Valiente sorprendía con sus disparos de media distancia, aunque muchos terminaban en las manos de Mario, el arquero que reforzó Lima Cargo, a pesar de haber sido invitado mío.
Una pelota dividida en el borde del área sanmarquina y Giorgio termina en el gras, regado, producto de una zancadilla, de una entrada algo desleal por parte de un chico algo confundido. Giorgio se puso de pie y continuó el partido.
La pelota se paseaba por la media cancha y Jorge corta una jugada de Lima Cargo, la pelota se aleja de los pies de Jorge pero él no pierde las ganas de ir tras el balón. Otra entrada desleal de este chico confundido corta el partido. Las cosas siguen cero a cero. Continúa el encuentro.
Valiente lleva la pelota por el lado derecho de la cancha. Hace correr el balón para picar. Otra vez el mismo chico confundido levanta en peso al pobre Valiente que sale disparado como papel mojado. Valiente se para, lo mira feo. Le dice algo. Nadie se mete.
Al parecer el chico confundido quiere tener una victima, un sanmarquino que reciba buenamente sus patadas, empujones, zancadillas en nombre del juego fuerte y de que el fútbol es un deporte para hombres. A pesar de la aspereza del juego, no le quito merito a este chico confundido, porque gracias a él, el partido tuvo esa cuota de hombría y brusquedad que se necesita para demostrarnos, tontamente, que somos machos, que tenemos huevos, que somos lo suficientemente capaces de impresionar a Soplín que no dejaba de grabar cada incidencia del encuentro, y a las demás chicas que se habían dado cita a la cancha de la calle Cueva esta noche de jueves futbolero.
Grillo atenaza el esférico. Levanta la mirada rápidamente y ve que Jorge estaba en el área contraria listo para el contragolpe. Grillo suelta rápido el balón y lo manda hasta el pecho de Jorge, quien espera marcado por el chico confundido. La pelota aún no cae, todos estamos a la expectativa de la jugada. Noto que Jorge no se siente a gusto con la marca del chico confundido. Al parecer siente que lo esta golpeando. Jorge no resiste más patadas gratis por parte del chico confundido y está dispuesto a darle su vuelto. Se deja caer sobre él. Pareciera como si la caída fuera en cámara lenta y en cada segundo que pasa Jorge y el chico confundido se reparten codazos y patadas por doquier. En el final de la caída, Jorge termina encima del chico confundido y trata de ponerse de pie antes que él. Lo logra, sin antes propinarle una patada en toda la cara, dejándonos sorprendidos por la jugada.
Los chicos de Lima Cargo saltaron de inmediato. Todos buscaron a Jorge pero nosotros evitamos que lo encuentren. Calmamos la situación. Fue una jugada desleal por parte de ambos, completamente censurable, pero a la vez, completamente genial. Jorge aceptó el juego tonto del chico confundido y lo humilló, delante de todos, al propinarle un golpe en el rostro que, más que generarle un dolor físico, le ocasionó una herida en su orgullo. El chico confundido quiso ser un matón, quiso ser el malo del partido, quiso intimidar con rudeza a los chicos de San Marcos, pero no contó con encontrar a alguien con más calle que él, alguien que ha jugado en pista, que ha paseado su fútbol por los mundialitos del Porvenir, alguien de barrio, de barrio fino.
Obviamente los amigos del chico confundido deseaban cobrar venganza por la afrenta. Uno de ellos, un muchacho de escaso tamaño, fornido, de cabeza rapada, intentó bajar a Pelao, el tipo más tranquilo del partido, un chico de espalda tan grande como su nobleza, pero que no es tonto, que sabe defenderse y tiene con qué. Soplín desde la tribuna grababa, enamorada, cada segundo de la pelea de su novio. Seguro después colgará esa hazaña primitiva en youtube.
El partido futbolísticamente fue una desgracia. Al final ganamos y como era de esperarse Lima Cargo no pagó la caja de chelas bien heladas. Siempre es lamentable razonar a golpes, entrar en la absurda violencia que no lleva a nada, pero no les puedo mentir, esa noche de jueves Jorge y Pelao se ganaron mi respeto y mi admiración. No por las patadas ni los insultos, sino por esa cosa inigualable que te da la calle, ese sabor y esos recursos para salir parado de cualquier situación. Esa noche Jorge y Pelao dejaron en claro que Gaby y Soplín están bien cuidadas, protegidas. Espero que el chico confundido quiera volver a jugar con nosotros un partido de fútbol, aunque estoy seguro que esta vez preferirá que juguemos Luís Bri y yo, mientras que Jorge y Pelao miran desde afuerita no más, sin opción a poder entrar.

Mi último día en San Marcos (Parte II)

Cuando ya me sentía mejor en San Marcos, llegó Eva, la nueva supervisora, la que reemplazaría a Carmen. Eva era una chica de mi edad, con el cabello largo, delgada, vestida con el uniforme del banco a pesar de no tener la obligación de llevarlo puesto. Cuando la conocí no sabía que era la nueva supervisora. Recuerdo que me acerqué, sin presentarme, ella me miró a los ojos y yo sólo le dije hola. Al poco tiempo Eva se convirtió en una amiga, en ese aire nuevo que necesitaba la agencia, Carmen estaba de salida y era ella la nueva responsable de la oficina. Eva era muy inteligente, rápida, sabía su trabajo y tenía un trato especial, sobretodo con los chicos talentosos, adoptándolos como sus hijos, enseñándoles y dándoles algunas responsabilidades extras.
También tuve la suerte de conocer a Jessica, mi madre, una chica que se volvió mi amiga, una líder innata, con un carácter marcado y un talento para enseñar que yo siempre agradecí. Jessica siempre dobleteaba los jueves y los viernes para levantar los niveles de atención en la agencia y para que descansara los sábados. Durante todo ese tiempo me tocó sentarme a su lado y aprender mucho de ella. Era muy divertido jalar a su lado, todos los clientes la conocían y ella se encargaba de presentarme. Era una época de cambios en San Marcos, estaban entrando muchos chicos nuevos, sobretodo en el turno tarde, Jessica nos apoyó mucho en esos tiempos.
Tengo que reconocer que era muy malo en caja. En plaza San Miguel no había aprendido nada, por el poco tiempo que había estado ahí y porque no era una agencia tan exigente a nivel operativo. Chicas como Rosita del Perú, La santa Ludmi y Yuju me apoyaron mucho en esos primeros meses. Pregunta lo que sea muchacho, decía Ludmi, no te olvides de hacer el dedi pag después de un cheq, decía Yuju. Que hubiera sido de mi sin ellas, que cuando no cuadraba buscaban mi diferencia, que cuando algún cliente se me venía encima ellas siempre me defendían, que siempre respondían a mis dudas y siempre cargaban no solo con sus cajas, sino también, conmigo.
Al principio bastante distante, pero no por eso menos cariñoso, mi hermano, mi mentor, mi maestro: Valiente; más conocido en la farándula como José o Pepe, una de las personas que me marcó, no solo como cajero sino como amigo. En un comienzo me trataba con la distancia de un jefe pero sentía que en lo más profundo de su ser me tenía un cierto aprecio. A veces me encerraba en la ante bóveda, sobretodo los días sábados, donde sólo entraban los que más jalaban (por eso yo me quedaba afuera) y me daba la chamba de ordenar todo el archivo de la oficina. Te voy a dar una clase de archivo, con esto tranquilamente puedes ser PP, me decía José. Poco a poco nuestra amistad se fue haciendo más fuerte y se extendió hacia fuera de los temas laborales. Hoy José es casi un funcionario de negocios y toda una promesa en el banco. Admiro de él su liderazgo, su nobleza, su sentido del humor, su talento para los temas laborales, su criterio, su esfuerzo y ganas de aprender. José y Oscar (el hijo de José, aunque este a veces reniegue porque alguna vez Oscar le robó el cambio de turno) fueron una inspiración para mi. Fue algo bueno conocerlos.
Luego de unos meses, sin que Luís y yo cumplamos un año en el banco, y sin haber firmado nuestro segundo contrato, pasamos a ser los más viejos de la agencia. Temas extra laborales y algunos cambios necesarios e innecesarios hicieron que hubiera otro cambio generacional. Un cambio de gerente, Arturo, una nueva supervisora, Paty, la ex pp de la mañana, cajeros nuevos, asesores de ventas nuevos, todo un cambio transformacional, que nos convirtió a Luís y a mi en los más veteranos de la agencia.
Eva depositó más confianza en nosotros, algo que yo siempre agradeceré. Nos dio la tarea de recoger a los chicos nuevos y apoyarlos lo máximo posible. Así fue que conocí a Pelao, el chico fortachón y sensible de la agencia, mi hermano, el hombre que se ganó el cariño de todos a punta de caramelos y lapiceros gigantes. Nos divertía con sus canciones criollas, con su ritmo frenético al momento de bailar, con sus temas interminables sobre coches o cualquier artefacto con cuatro ruedas, con esa bohemia y amor por el vale todo y por los puchos y por Sabina y por la mujer. Junto a José y a Luís, mi gemelo, el chico con quien compartí un aula de capacitación y por el que puse cinco soles para la torta el día de su cumpleaños, sin saber bien su nombre siquiera, el chico que me abrió las puertas de San Marcos cuando no conocía a nadie, nos convertimos en esos amigos inseparables, en esos mosqueteros, en esos caballeros de la mesa redonda, en esos amigos de diversas corrientes, diferentes, pero geniales, dignos de cualquier ¡salud! en cualquier esquina, con cualquier cerveza en la mano.
Pasaron unas semanas y llegaron a la agencia Pecho, Grillo y La flaca, tres chicos geniales, que aportaron un ambiente distinto a la oficina. Pecho llegó con el rotulo de galán de barrio, el chico sexy que paraba con la camisa abierta, mostrando sus dos o tres vellos saltarines, su cadena de fantasía y su reloj timing de utilería. Grillo era el más serio de los tres, al parecer el tenía más frío porque siempre se abotonaba la camisa hasta el cuello, parecía un curita, un hombrecito geniecillo, con aire a Pepe Grillo, ese personaje de fábula que nos distraía de niños. La flaca era la chica linda del grupo, el punto de las bromas por su delgadez, por su silueta cimbreante, espigada, delineada por unas curvas zigzagueantes, por su manerita de caminar y de posar sin lentes ni cámaras. Yo adopté a la flaca. Me divertía sus ocurrencias, sus miedos comprensibles de principiante y admiraba su inteligencia y rapidez por encima de sus otros dos compañeros. Pecho se convirtió en mi amigo, mi confidente, resultó ser un chico noble y sencillo, divertido y galante, atrevido con su avasalladora personalidad y osado para entrar a caja sin saber nada de ella. Grillo era comprometido y empeñoso, inteligente, precavido (por no decir lento), divertido y solidario. Llegué a tener un cariño superlativo por estas tres personas, por estos tres personajes.
Luego llegó la chica que siempre tuvo para mí un NO como respuesta, 18, la chica con el peinado de dibujo animado, de androide en la serie Dragón Ball Z, con esos ojos miel, o claros, no sé, jamás pude verla mucho tiempo a los ojos por miedo a quedar hipnotizado. Me divertía su tono al hablar, su carácter characato, su inteligencia y su manera de vivir, sus experiencias relatadas por ella misma, una mañana que salimos juntos y que conversamos como dos amigos o tal vez como dos conocidos, donde yo hice las veces de entrevistador y ella, a su manera distante y profesional, respondía cada una de mis preguntas con el misterio suficiente para dejarme encantado. Tenía un novio con el que convivía, era muy romántico y a ella le encantaba. Al parecer era muy feliz con él, o al menos, no se sentía sola.
Cada uno de estos chicos (y con el temor de olvidarme de alguno) hicieron de mi estancia en San Marcos la más feliz. San Marcos se convirtió en mi casa gracias a ellos, a la convivencia que llegamos a tener producto del azar y del trabajo. Jamás olvidaré esas chapas, esas bromas a la hora del cuadre, esos saludos a la hora de llegada, esas tomadas de pelo (menos a Pelao por obvias razones) esos rajes que nos permitimos como una manera de rebelarnos contra los jefes y los clientes, esas fotos en los climas laborales, esas sonrisas alcoholizadas en las discos de alguna salida de puros calzoncillos, esos olores que siempre atribuimos a Camote, el chico más pulcro de la oficina, el chico más rápido y hábil de la tarde y con las medias más originales que jamás haya visto. No voy a olvidar a Meli, el pequeño saltamontes, la chica con el ánimo más explosivo y dulce mezclados en un cuerpo delgado y una sonrisa tierna. En fin, no terminaré nunca de agradecer a cada ser humano que tocó mi vida, de una manera tan especial y única, si no, prometiéndoles que siempre los tendré presente en mi mente (y no digo corazón, porque el corazón solo sirve para bombear sangre, no quiero usar ese termino romántico), que siempre guardaré esos momentos felices que viví con ustedes, con ellos, con esas personas que siguen en esa oficina, en esa casa, que ya no es la mía.
Hasta siempre chicos, se les quiere mucho.

La U

Anoche me quedé despierto hasta pasada la media noche. Era una noche especial, jugaba la U, mi equipo de toda la vida, desde cuando era niño y me hice hincha motivado por un amiguito que llevaba puestos unos guantes de arquero con el símbolo de la U.
Todos mis cumpleaños eran adornados con alguna camiseta crema regalada por mi papá. Esos días vestía el uniforme completo, a pesar de no jugar pelota, lo llevaba puesto, orgulloso, sintiendo que la crema era parte de mi piel, de mi pasión por el fútbol.
Nunca fui un jugador talentoso, a lo mucho en mis mejores tiempos diría que fui cumplidor. Me identifico con la U por la raza que tiene en el juego, porque son pocos los jugadores habilidosos que vistieron sus colores, pero todos mostraron garra, entrega, pundonor, juego colectivo, personalidad y presencia deportiva. No hay maricones en la U, esa es la conclusión.
Ayer jugamos por la copa libertadores de América, el torneo más importante de esta parte del planeta. Económica y futbolísticamente hablando, la copa libertadores es uno de los torneos más importantes del mundo (aunque cabe mencionar que no hay nada parecido a un mundial y mucho menos a una liga de campeones en Europa) y después de algunos años, la U volvía a pasear su juego por las distintas canchas de América del Sur y México (este último, juega como invitado debido al poder económico que ostenta)
El partido de anoche fue contra el San Luis de Potosí, un equipo mexicano que ocupa el último lugar del grupo 8 (en el que también participan San Lorenzo de Argentina y Libertad de Paraguay). En el partido de ida, la U había empatado a cero goles en el Monumental de Ate, y, era nuestra hora de la revancha, de nuestra venganza por habernos robado dos puntos de local, los mismos que hoy nos darían una posibilidad más concreta de clasificación a la segunda etapa.
La U siempre me hace vivir el fútbol de manera desenfrenada, eufórica, bullera, escandalosa, primitiva, emocionada y siempre acabo con la garganta destrozada. Grito sin parar, le hablo al televisor con la esperanza de que alguno de mis comentarios infundados llegue a oídos de los once jugadores que corren tras el balón. Me desespero cuando el equipo pierde la pelota, cuando regala la mitad de la cancha y se cuelga de los palos. Sufro cuando las defensas no llegan a los cruces o cuando algún delantero yerra una oportunidad inigualable de gol. Celebro y lloro cuando metemos un gol, sobretodo a los cagones de alianza (cagones con cariño, porque ellos nos dicen gallinas). Salto como un orate cuando nos alzamos con el campeonato, cuando agregamos un titulo más a nuestra vitrina llena de trofeos memorables, desde nuestro sub campeonato en la copa libertadores en el ’72, cuando perdimos contra Independiente de Avellaneda, 2-1, y perdimos la opción al titulo (es el más importante galardón de un club peruano, igualado por Cristal en el ’97 y por Cienciano cuando ganó la copa sudamericana en el 2003).
El partido va cero a cero y la U maneja las acciones. La mejor contratación del año, el Ñol Solano, como le dicen los comentaristas argentinos, a los que odio porque en sus corazones albergan la esperanza de que la U pierda ante San Luis porque horas antes San Lorenzo cayó ante el líder Libertad y con ese resultado peligra la clasificación del equipo gaucho (FOX posee por la eternidad los derechos televisivos de la copa y siempre favorecen a sus compatriotas con sus comentarios).
Recuerdo con dolor las veces que de niño veía los clásicos que por alguna extraña razón terminábamos perdiendo. El trágico 6-3 en matute jamás lo olvidaré, fue la primera vez que derramé lágrimas de dolor. Mi madre asustada, cuando el partido iba 6-2 y la U descontó 6-3 me dijo: ‘mira hijo, no llores, la U ya metió un gol…’. Es verdad, aunque no significa nada, que Alianza, nuestro eterno rival, nos lleva varios clásicos encima, pero también es verdad, que la U gana los clásicos más importantes, esos donde el equipo viene mal y necesita un triunfo revitalizador o esos en los que se disputa un titulo o una clasificación a un torneo internacional, ahí, en esos partidos, donde el estadio revienta, donde el aliento de la mitad del Perú más uno termina por intimidar a cualquiera, es cuando la U logra sus más grandes hazañas, sus más impecables resultados.
Gol de San Luis, un ataque aéreo termina por vencer a Raúl Fernández. Falta mucho para el final del primer tiempo, el equipo está jugando bien, aunque no me gusta que Reynoso, el técnico de la U, sólo haya puesto un volante de marca, Torres, y deje jugar a Calheira que no lo viene haciendo bien porque no es necesario jugar con dos delanteros si perdemos tan rápido el balón en la mitad de la cancha.
El tricampeonato de la U fue la época más feliz de mi vida. Eran los años 1998, 1999 y 2000, estaba en el colegio y era un niño que solo esperaba los fines de semana para jugar al fútbol con mi amigos y hablar de los goles que veíamos por la televisión. Era la época de Oswaldo Piaza, un peladito que llegó como técnico de la U y nos sacó campeón promoviendo varios jóvenes de las canteras (polvorita Carrión, el pompo Cordero, Manuel ‘La Muñeca’ Barreto, entre otros). El campeonato del ’98 lo recuerdo con más cariño, porque fue una definición por Play Off con Cristal. Fui al estadio con mi papá, al partido de ida en el estadio nacional de Lima, el coloso estaba lleno, Cristal no tiene una gran hinchada, por eso el recinto era crema. Ese partido la U lo perdió 2-1. En la vuelta ganamos 2-1 y eso forzó los penales, los tiros de doce pasos, donde sólo los hombres se paran frente al balón y definen con la categoría de un crema. Así fue, la U ganó por la tanda de penales, Eduardo Esidio anotó el quinto penal que nos dio el campeonato, todo fue un loquerío, los fotógrafos rodaban en el pavimento, los jugadores se abrazaban y gritaban, se subían a los arcos, los hinchas se bajaron a la cancha, no quedó ningún celeste vivo. Oswaldo Piaza esperó el gol y salió raudo del estadio, eran días de fin de año, la familia lo esperaba en Buenos Aires.
Gol de Alva, 1-1, centro de Ñol, doble cabezazo en el área (según el tomo dos del libro: dos cabezazos en el área siempre es gol). Todo comienza de nuevo.
Otro pasaje importante en la gloriosa vida de la U fue la vuelta de Chemo. El símbolo crema (antes que se fuera al Cristal) regresó al equipo de sus amores después de muchos años de haber jugado en Europa. En el 2002 sacó a la U campeón, junto a Ángel Cappa como DT y Martín Villalonga como centro delantero. Esa final la disputamos contra Alianza en el estadio Monumental de Ate. Ganamos 1-0 con gol de Villalonga. En el partido de vuelta, los aliancistas cambiaron su fortín por problemas extra deportivos y se fueron como locales al interior del país. Fue empate y con el triunfo en casa nos bastó para llevarnos el titulo.
Gol de San Luis, ¡qué agonía! Sólo faltan 15’ para el final del partido. El drama del fútbol peruano: ‘la pelota parada’, dicen algunos, en realidad, el drama del fútbol diría yo, porque nosotros también convertimos de pelota parada y casi todos los goles de la U son por esa vía. Lo real es que estamos abajo en el marcador, no es justo, la U no merece esta derrota humillante fuera de casa.
Yo seria hincha de la U una y mil veces más. Si volviera a nacer, volvería a ser hincha de la U, eso no se negocia, ese sentimiento no se vende ni se cambia. No existe motivo o razón que me haga alejarme del fútbol. Me animo a decir, con cierta precaución, que ni las mujeres son capaces de quitarnos la palabra fútbol de la mente. Este deporte es la más grande creación del hombre.
Minuto 45’ del segundo tiempo, parece todo perdido. Entra Labarthe a la cancha. Piero Alva corre por el sector izquierdo, imparable, con esa decisión y torpeza que lo caracteriza, guiado por su espíritu y por una pizca de razón. Lucha hasta el final, eso nadie se lo quita a Piero, lanza el centro que Calheira no llega a conectar del todo, pero causa la distracción de la defensa mexicana. El chico que acaba de ingresar, Labarthe, se queda con el balón en el sector derecho del área chica, solo, incomodo para lanzar el puntillazo final, los defensas corren desesperados, el arquero vuela tratando de evitar que el delantero peruano defina, el instante se hace eterno en el área mexicana, la mitad más uno del país espera que este guerrero dispare al arco. Así lo hace. Aniquila de un zapatazo a toda la defensa que busca pararlo y los mete con todo y balón al fondo del arco. Es el 2-2. Matamos en el último minuto, nos vengamos de las miles de veces que nos lapidaron así. Hemos empatado en una plaza difícil y estamos a un paso de la clasificación. Gracias a los ingleses que inventaron el fútbol, gracias a la U por existir y porque hoy, como en todos los años de mi vida, soy más crema que nunca. Señores, ‘Fútbol’ se escribe con U, no lo olviden.

domingo, 5 de julio de 2009

Mi Hermana Sara

Cuando era niño me preguntaba quien era la visitante que dormía en los brazos de mi madre. Esa nueva personita que dormía en esos brazos que sólo me pertenecían a mi, esos brazos que me habían arrullado y me habían dado (y me siguen dando) cariño y amor. Ese pequeño bulto con patas, parecido a una ratita de laboratorio, con cabellos lacios, mejillas coloradas y manitas inquietas era mi hermana Sara.
Yo tenía casi tres años cuando Sara nació. Nadie me explicó que mi trono seria usurpado por un ser diminuto que con el tiempo se convertiría en una bella mujer de veintiún años, con galanes por doquier y una vida independiente que yo admiro y valoro.
Recuerdo que mi estado de ánimo cambió a mis escasos tres años. Me sentía abandonado, olvidado por la mujer que me entregaba todo su amor y que ahora me desplazó por darle a esta nueva inquilina toda la atención que antes era para mí.
Paso el tiempo y Sara dejó de ser una usurpadora y se convirtió en una compañía para mis días solitarios de niño triste. Aquellos días en los que mi única compañía era mis muñequitos de plástico: vaqueros, indios, caballos y coches que vivían regados en el suelo, divirtiéndome la existencia y dejando que mi imaginación tuviera la última palabra.
Sara no hablaba pero su sola presencia y movimiento me hacia querer menos a esos plásticos tiesos, sin vida y preguntarme, inocente y cándido, por qué ella sólo movía sus manos y balbuceaba cosas que no entendía y nunca se dirigía a mi, sino, sólo a mamá. Que raros esos bultos pequeños, pensaba.
Sara fue creciendo y con su tamaño y belleza llegaron sus primeras palabras. Ya nos podíamos entender mejor. No puedo asegurar que conversábamos, pero digamos que intercambiábamos monosílabos, gritos, gestos y llantos. Yo comencé a ir al jardín de niños y sospecho que esas mañanas ella me extrañaba. Por las tardes nos montábamos sobre ese coche amarillo que papá nos había regalado en navidad. Sara se burlaba de mis disfraces de zorro, superman y hombre araña con una sonrisa desdentada y angelical. Cuando Sara aprendió a caminar era muy divertido empujarla un poco para que perdiera el poco equilibrio que tenia. Mi malicia de niño triste me permitía regocijarme cuando la veía caer de poto con su carita de: ¿qué paso?
Los días y las noches con esta personita que invadió mi vida sin que yo lo pidiese fueron llenándose de risas y momentos felices. Éramos una familia completa (con el perdón de mi última hermana Marice que también es un amor).
Sara y yo íbamos a todos lados juntos, ella en los brazos de mamá y yo corriendo detrás, entendiendo que con forme iba creciendo también iba perdiendo algunas comodidades.
Debo reconocer que Sara se convirtió en la sensación de la familia. Era muy linda, irradiaba una dulzura que jamás llegué a tener ni en mis primeros días como humano, una belleza apacible, tierna, delicada, capaz de derretir cualquier corazón, metiéndose al bolsillo a cualquier persona que la conociera.
Fuimos creciendo más y más, sin sentir sobre nosotros el peso de los años. Fuimos al mismo colegio, no al mismo grado, pero siempre regresábamos juntos a casa, comiendo canchita o papita rellena de veinte centavos, a veces con mamá, a veces con Aurora (nuestra otra mamá) y otras, como fue casi siempre, sólo ella y yo.
Regresando a casa tuvimos miles de aventuras, desde las peripecias para llegar a nuestro destino, los chicos malos que nos quitaban nuestra canchita o nuestro dinero, sin que yo pudiera defenderla; la vez que me robaron el primer reloj que papá me regaló y que intenté recuperar pero que fue inútil porque era un niño débil y tonto y esos chicos malos me dieron unas cuantas bofetadas mientras Sara, viéndome tirado en el suelo, me estiró su manito diciendo: mejor vamos a casa.
Nunca fui un niño muy comunicativo, por eso nuestras caminatas eran en silencio. Algunas veces ella hacia alguna gracia que me obligaba a reír. Otras veces regresábamos a casa en compañía de ‘el gringo’, ese amigo que saludaba a los policías y que su educación me divertía, porque en mi seriedad de niño triste no entendía la necesidad de saludar a todo el mundo.
Esos años vienen a mi memoria acompañados de algunas lágrimas y otras sonrisas inevitables. Fueron esos tiempos en los que fui un niño triste feliz, porque sólo tenia a Sara a mi lado, esa compañera infatigable que caminaba conmigo todos los días de regreso a casa, esa amiguita que en un principio me robó mi sitial de privilegio en la familia pero que terminó colmando mi existencia de preguntas y me enseñó que la vida tiene altas y bajas y que esas épocas fueron de las altas, y aunque años después, cuando fuimos adolescentes, caímos enfrentados en riñas y peleas tontas que no voy a recordar porque también me harían llorar, pero de pena.
Me quedaré siempre con la imagen de esos dos niños regresando a casa después del colegio, en esos días en los que el pasaje escolar costaba veinte centavos y nosotros preferíamos caminar para poder comprarnos algo que guste a nuestro paladar. Me quedo con esa complicidad de hermanos, con ese cariño puro de la infancia, cuando todo parecía más lento y el mundo nos inspiraba un miedo enorme. Esos niños ya no están más, murieron con el paso de los años y se convirtieron en adultos que ya no viven más juntos, que la vida se encargó de separar tan arbitrariamente como alguna vez los juntó.
Después de muchas turbulencias aprendimos que la mejor manera de amarnos como hermanos era bajo las licencias de la distancia. Ella se fue a vivir su vida, lo que le tocaba vivir, yo me quedé un poco más atrás, esperando a la vida, esperando que ella hiciera su voluntad conmigo. Sara se fue de la casa antes de los veinte, hizo su empresa y vive como mejor se siente y eso me hace feliz, saber que tal vez ya no compartimos el cochecito amarillo de nuestros primeros años pero que al verla una vez por mes, radiante, bella, madura e independiente me hace confiar en la premisa de que no nacimos para vivir juntos por mucho tiempo, porque ella es fuego y yo agua, y es en la distancia donde nos amamos más, donde hemos encontrado ese equilibrio que perdimos entre la adolescencia y la juventud.
-Feliz cumpleaños gordita. ¿Cuántos marzos son? Ya estás enorme –digo.
-Gracias hermano. ¡Te pasaste! Eres el primero en saludarme. Si ya estoy grandota. Nos vemos más tarde. Un abrazo, te quiero mucho –responde.
-Siempre fuimos los primeros en saludarnos. ¿Recuerdas? –digo.
-Si, tienes razón hermanito, siempre fue así. De verdad muchas gracias, me emocionas y sabes que soy una llorona –responde.
-Lo sé, te quiero mucho gordita –digo.
-Yo también boti –responde.
Era la media noche del 24 de marzo, yo estaba en mi habitación escribiendo estas líneas y ella estaba al otro lado de Lima, sola, en su departamento.

Sueño de una Noche de Verano

No suelo soñar por las noches. Tal vez mi corta imaginación no me lo permite. Quizás tengo la mente tan pesada que al poner mi cabeza sobre la almohada, mi cerebro termina desenchufándose, desconectándose, por un periodo de ocho horas, o más.
Las pocas veces que concibo un sueño, a la mañana siguiente termino muy agotado, fantaseando, creyendo que lo soñado es real. Comienzo a buscar evidencias de lo que supuestamente he vivido la noche anterior, pero siempre me doy con la ingrata sorpresa, de que nada es real.
Por lo general sueño con musas, con mujeres que pasaron, pasan o pasaran por mi vida, con lugares extraños, personajes diabólicos que me someten a su voluntad, con ángeles y demonios. Alguna vez recuerdo haber comenzado a escribir una novela producto de un sueño con una mujer a la que llamé Ana. Soñé que esta mujer había aparecido en mi vida inducida por un sueño, por una fascinación, pero que a fin de cuentas, esta bella mujer ya no existía, había muerto momentos antes de que la soñara. La novela se perdió cuando formatearon mi computadora.
Anoche estaba cansado, con ganas de tirarme a la cama y perderme en el mundo de los sueños. En la mañana me habían invitado a salir, pero por esas cosas del destino, la salida se truncó. Mejor, pensé, a pesar de que la muchacha que osó cancelarme era muy linda y divertida.
Esta vez soñé con una mujer bellísima, adornada con unos ojos preciosos y una sonrisa encantadora. Me enamoré de ella a primera vista. Su cabellera amarrada, inmóvil, dejaba sobre su frente a unos cuantos cabellos aventureros que flameaban al compás del viento huracanado de un ventilador industrial. Sus movimientos acompañados por la música de moda, desfilaban frente a mis ojos, dejándome la sensación de estar viendo arte, cuando su cintura simulaba el recorrido de un ula-ula. Sus manos me invitaban a bailar con ella, a moverme a su ritmo, pero mis sentidos preferían escanear cada paso que daba, cada movimiento, cada sonrisa, cada mirada esquiva.
No recuerdo como terminé conociéndola. Son esos detalles de los sueños que terminan perdidos en tu memoria. Sólo tengo en mente la música, el baile, su sonrisa y sus ojos. Nos sentamos a la mesa, es por eso que sospecho que estábamos en un antro de Lima. Pedimos unas cervezas y unos cigarrillos. Fumo Lucky, no Hamilton, lo siento, dijo la mujer. Me dio su cajetilla de cigarros Lucky, con la intención de que fuera a buscar esos puchos aceptados por su paladar. Busqué en la barra, con las señoritas que atendían en aquel antro, pero no encontré ningún cigarro de esa marca. Intenté engañarla. Compré Hamilton y los metí en su cajetilla para que pensara que son de la marca que ella quería. Fue imposible y tonto de mi parte, porque jamás me creyó y sólo terminó burlándose de mí.
No habla mucho la mujer de mis sueños. Sólo sonríe, mira y baila, con una destreza, para las tres cosas, que me hacen sentir torpe, tonto. No salgo mucho por las noches, digo, ella suelta una carcajada. Se nota, dice. Digamos que es mi primera vez, digo. No te creo niño, dice. Intento ser encantador, hago bromas estúpidas, trato de quedar como un idiota con la única intención de verla sonreír. La próxima vez iremos al teatro o al cine, le digo. ¡Qué aburrido! ¡No, jamás me lleves a esos lugares! No es mi ambiente, dice ella. Este tampoco es el mío, digo, porque estoy rodeado de humo, de música estruendosa, de oscuridad, como si mi vida ya no fuera lo suficientemente oscura. ¡Vamos a bailar!, digo. ¿Quién cuidará nuestros puchos y cervezas?, pregunta ella. No lo sé, dejemos todo tirado.
Bailamos abrazados, sin el ritmo erótico de antes. Siento algo rico en la punta de mi nariz, me gusta el olor de su cabello, de su cuello. La música duraba más que antes. Una pequeña complicidad con el DJ me permitía disfrutar de su espalda, su cintura y el aroma de su cuerpo abrazado al mío. Que nada me despierte en estos momentos, que el sueño siga su curso, que muchas veces no termina como en la realidad, porque realmente quería darle un beso, buscar sus labios con la necesidad de que los míos también perciban lo que mis manos, una pequeña parte de ella.
No todas las noches, y menos en los sueños, terminan coronadas con un beso ni con caricias avanzadas en lo erótico. No faltaron las ganas, por lo menos de mi parte, pero no quise forzar la voluntad de aquella mujer que me hizo feliz, que me regaló alegría con cada sorbo de cerveza, con cada baile, con cada sonrisa, con cada mirada pícara que yo no podía sostener, porque soy un tonto enamorado, porque no soy un chico de la noche, algo que por alguna extraña razón, saberlo, no me hace tan infeliz.
Cansados de la cerveza, pedimos unos tragos, de nombres raros que no recuerdo. Odio los tragos fuertes. Por eso no podía terminar mi vaso de vodka con hielo, pero ella si, ella podía con todo, con el baile, el trago y conmigo.
Los sueños llegan a su fin porque el sol termina con el encanto de la noche, con el poder de la oscuridad y las tinieblas. Salimos del antro, caminamos por la calle a punto de amanecer. No quiero que esto se termine, le digo, no quiero despertar porque no sé si te vuelva ver. Ya es tarde, todo debe terminar, dice ella, sin mortificarse tanto. No puedo creer que la haya pasado tan bien, solo soñando contigo, digo. Ella sonríe. Ahora sueña que me llevas al teatro, dice. ¿A ese lugar aburrido, donde memorizan un guión tonto que nadie entiende?, pregunto. Ella no deja de reír. ¡Que aburrido!, digo. Pero ese es tu ambiente, ya salimos del mío, dice ella. Me río e intento darle un beso, un único beso que selle un gran final. Ella no me regala sus labios, sino tan solo su mejilla rosada. Ha sido genial salir contigo, dice ella, prométeme que me llamarás. Te lo juro, digo. Adiós, dice y me obsequia un beso en la mejilla. No te vayas, pienso. Ella desaparece perdida en una humareda que sólo me deja su aroma impregnado en la punta de mi nariz.
En los sueños uno puede ser feliz. Tal vez la realidad es lo único que nos queda, pero siempre podemos escapar a ese mundo fantástico, a ese mundo irreal y mágico, donde todo es posible, donde la felicidad depende de una salida, de unos cuantos bailes, de unos cuantos tragos, de las sonrisas perfectas, las miradas precisas y de un final tan simple como un ‘adiós’ y un beso inocente, prometiendo una llamada que no se dará, porque nadie ha logrado llamar a los sueños, ahí está el encanto, ellos vienen solos.

La Teta de Claudia

Prendí la televisión y quedé asombrado, embobado, completamente alucinado por la sonrisa gringa de una linda directora de cine, peruana ella, hija ilustre de una familia ilustre, nada menos que los Llosa. Silenciosamente, como generalmente pasa en nuestro país, algún peruano (o algún grupo de peruanos) viaja rumbo a alguna competición, certamen, prueba, torneo, festival, concurso o cualquier evento internacional, saliendo por el Jorge Chávez sin el ‘adiós, buena suerte’ de ningún compatriota, sin las cámaras de ninguna estación televisiva, sin la bulla que podría generar la llegada de Servando y Florentino, Marc Anthony, RBD, o cualquiera de esos artistas mediáticos, marqueteros y mercenarios cuyo talento es abismalmente menor que su propio ego.
Las noticias hablan de un festival de cine en Berlín cuyo mayor premio es el Oso de Oro. Una gringa de apellido Llosa y una hermosa ayacuchana de apellido Solier eran las grandes protagonistas de una victoria imponente, con autoridad, en tierras alemanas, en tierras donde pocos entendían a Magaly Solier que sólo habla español y quechua, esa lengua olvidada y cada vez más extraviada en el tiempo.
La película ganadora del 59° festival de Berlín es La teta asustada, una historia peruana, producida por peruanos y españoles, cuya protagonista es una mujer ayacuchana, testigo de los años miserables del terrorismo, que no era actriz la tarde que Claudia Llosa la conoció, en la plaza de aquel pueblo escondido en los parajes de Ayacucho.
La sonrisa de Claudia y la belleza de Magaly me demostraron que la predestinación existe, que tenemos un camino delineado, inexplicable, loco, indescifrable, mágico, inesperado. Dos mujeres de mundos tan lejanos como la tierra del fuego y el polo norte, dos mujeres que con su belleza y talento lograron que esta vocación cineasta cautivara al mundo, porque el mundo ya disfrutó la película ganadora del Oso de Oro 59°, nosotros los peruanos, aún no.
Sigo viendo los fragmentos de la premiación y me enamoro más de la sonrisa de Claudia Llosa, que sólo tiene 32 años, que es la ganadora más joven de este certamen, que es la ganadora con menos películas en su hoja de vida como directora de cine, porque La teta asustada es su segundo largo metraje, que es la ganadora con la película de menos presupuesto, a penas ochocientos mil dólares (cuando el promedio para la realización de una película es de setenta y cinco millones de dólares), que es la ganadora capaz de descubrir el talento escondido en las alturas de esta sierra tan lejana, esta sierra llena de mitos, de leyendas, de dolores, de historias tristes o sólo melancólicas como el aire que se respira en las alturas.
La teta asustada narra la historia de una mujer que lega el miedo a su hija por medio de la lactancia. El miedo provocado por la violencia sexual sufrida por la población andina en épocas del terrorismo, en épocas donde las mujeres eran victimas de la brutalidad de los terroristas y de los mismos hombres llamados a velar por la seguridad de la población, los miembros del ejército.
Valoro mucho la iniciativa de Claudia Llosa de regresar a lo andino, de buscar en nuestro legado indígena ese guión para la película perfecta. La historia de la película parte de las creencias indígenas de hombres y mujeres que explican a su manera este mundo lleno de violencia y terror. ‘El miedo te roba el alma’, ‘el miedo se pasa por la leche materna’, dice la película, es la forma de entender el daño provocado por una violación, la necesidad de evitar que la descendencia coja ese mal, esa enfermedad llamada miedo, ese terror vivido en el momento más crudo en la vida de una mujer.
Quise llorar de la emoción y de la cólera al escuchar hablar a Magaly Solier en quechua, esa lengua olvidada en las alturas, relegadas por el español, el ingles y, ahora el mandarín. Tal vez hablar quechua nos daría esa identidad que no tenemos, esa autoridad para decir que somos peruanos y que no somos sólo Cusco y Machupicchu. Hablar quechua es una deuda pendiente para mi, porque en Alemania no entendieron nada de lo que dijo Magaly Solier, pero aquí, en su tierra, tampoco (porque Magaly Solier dijo emocionada que hablaría en quechua porque su Perú la estaría viendo, algo que es mentira, porque sólo Lima y una que otra ciudad de la costa la vio, el Perú de donde ella viene no tiene cable, no tiene televisión a colores).
Humillemos de ahora en adelante a las personas que califican de ignorantes las vivencias y las historias indígenas. Defendamos nuestra identidad de peruanos, aquella que es vapuleada cada vez que nos rendimos ante un pequeño artista extranjero, un mediocre novio gringo o una vida lamentable lejos de lo nuestro, lejos de nuestra historia, la que no conocemos y a la que calificamos despectivamente.
El cine peruano esta de moda dicen por ahí, enhorabuena, pero dejemos de hacer películas mediocres, de esas cuyo final desolador siempre es conocido. Profundicemos un poco más, busquemos de donde venimos, no caigamos en el intento de copiar una sociedad ajena a nuestra realidad geográfica e histórica, entendamos de una vez por todas que nuestra fuente de riqueza está en nuestras alturas, esas a las cuales visitamos sólo para tomarnos fotos y hacer un poco de turismo, porque no soportamos la falta de oxigeno, el frío o su agreste relieve. Sigamos el ejemplo de estas dos mujeres y de esta teta asustada que representa más que un premio, más que la pompa de un certamen europeo, significa remover los fundamentos de los llamados a hacer cine, música, teatro, televisión, literatura, periodismo, y demás, representa apostar más por la locura de conocer lo que tenemos y mostrarlo al mundo.