viernes, 6 de junio de 2008

Las primeras veces

La primera vez que declaré mi amor a una mujer fue cuando tenía 18 años. Estaba en mi segundo año de universidad. Ella estudiaba conmigo, aunque no la misma especialidad. Era una mujer muy estudiosa, dedicada y perseverante. Mi declaración ocurrió en el estacionamiento de un centro comercial muy concurrido. Mis rodillas me temblaban, mientras ella y yo estábamos parados en medio de coches feos y bonitos, a la salida del cine. Fuimos a ver Troya, una película donde trabajaba Brad Pitt, un hombre bello y atlético. Corrí el riesgo, llevándola a ver esta película, de que en el momento de mi declaración me dijera que no, ilusionada o aturdida aún por la perfección física de este actor norteamericano. Me preguntó si es que estaba seguro de mi petición. Yo respondí que sí. Ella aceptó. Nos abrazamos, sólo nos abrazamos, y cogidos de la mano, caminamos hacia el paradero de la avenida principal para tomar nuestro bus. Nuestro primer beso fue al día siguiente, en medio de amigos y sorprendidos que no esperaban nuestra unión.
Con esta bella mujer terminé mi relación año y medio después. Me enamoré de una persona algunos años mayor que yo, que conocí en las graderías de un teatro. Esta segunda mujer era muy contraria a la primera, muy diferente. Era una mujer con una complejidad interior muy marcada, a tal punto, que ese mundo de encuentros y desencuentros del cual ella provenía, dibujaban sobre su aura un tono gris, triste y taciturno. Me enamoré mucho de ella. Sus locuras me marcaron y me hicieron muy feliz. Esta segunda mujer sólo estuvo en mi vida por cinco meses. Ahora no sé mucho de ella. Seguramente seguirá yendo al mismo teatro donde la conocí. No lo sé.
La tercera mujer en mi vida no duró más que una semana. La conocí en una discoteca en el centro de la ciudad y salimos un par de veces. Estudiaba idiomas en un centro de estudios norteamericano y tenía una vida bastante vertiginosa. Vivía muy rápido para mi lentitud, es por eso que no duramos más que siete días.
La cuarta mujer que formó parte de mi existencia, también la conocí en la universidad. Estudiaba lo mismo que yo, derecho, y aunque cuando la conocí ella tenía novio, eso no fue impedimento para que termináramos juntos casi un año. Era una mujer muy bella y bastante querida en mi casa. Mi madre hoy en día la extraña mucho y por eso algunas veces buscan la manera de encontrarse en algún café y conversar un poco. Con esta cuarta mujer viví el amor más intenso, apasionado, loco y peligroso. Éramos personas muy parecidas emocionalmente y eso hacia que la relación paseara por una montaña rusa, donde algunos días estábamos en la cima y otros en la sima. Un viaje inesperado e inoportuno terminó con nuestra relación. Tiempo después me enteré que regresó al Perú, acompañada de su madre y su novio, seguramente para algunos preparativos de la boda.
La quinta mujer que hizo las veces de mi compañera sentimental, fue una mujer muy guapa, modelo, de veinte años y que estudiaba comunicaciones en una universidad privada. Tenía unos ojos preciosos y le gustaba mucho el mundo del arte. Ese fue nuestro nexo. Algunas veces la acompañé a sus desfiles interminables, a sus maratónicas compras en los centros comerciales, a sus extenuantes sesiones de belleza en algún spá y a sus largas e insufribles sesiones de fotos. Aprendí mucho junto a esta mujer, sobre cómo combinar colores, cómo peinarse, cómo acentuar los rasgos faciales, cómo aumentar, con algún efecto visual, el tamaño de los ojos, de los labios o de cualquier otra parte del rostro. Fue muy divertido y feliz haberla conocido.
Hoy en día estoy solo, sin pareja sentimental, sin compañera incondicional. Decidí que era lo mejor para las mujeres mantenerme lejos de ellas. No soy buen amante y mucho menos un buen compañero. Prefiero dar rienda suelta a mi soledad y esperar que los días pasen sobre mí. Pero, no puedo más que agradecer a estos seres maravillosos que de alguna u otra manera me enseñaron el amor y todas sus formas. A la primera mujer porque me enseñó la magia de un beso y el concepto de perseverancia y entrega total. A la segunda mujer porque me enseñó a ser rebelde contra la vida misma y a luchar por lo diferente. A la tercera mujer porque me enseñó a pensar mejor las cosas antes de tomar decisiones apresuradas. A la cuarta mujer porque me enseñó a despojarme de prejuicios y amar sin tregua, sin miedos y sin pudor. Y a la quinta mujer porque me enseñó el concepto de belleza espiritual como algo más que la frivolidad del exterior, y también, el amor a la vida misma, compleja, pero bella.

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