viernes, 6 de junio de 2008

La silla Vacía

Yo, Sergio Morelli, tuve un sueño. Un sueño distinto, raro, especial. Soñé que estaba sentado en una silla, en la azotea de mi casa de tres pisos, una casa a las afueras de la ciudad. Era un día nublado, triste, frío, el sol no asomaba su mirada y por la calle aún los vecinos no comenzaban su habitual recorrido matutino. Tenía puesto un buzo holgado y una zapatillas bastante cómodas. Todo era silencio. Me preguntaba que hacia en esta silla, sentado en la azotea de mi casa de tres pisos, no entendía muy bien como había llegado hasta este lugar. Tal vez si fuera de noche, hubiera subido a contemplar románticamente las estrellas del firmamento, que valgan verdades, en Lima es un espectáculo muy pobre. Sin embargo, era de mañana, muy temprano para estar en la azotea de mi casa de tres pisos, en lugar de estar durmiendo. A lo lejos, llegué a divisar que se aproximaba alguien de estatura promedio y contextura gruesa, era un hombre. Yo permanecía inmóvil, sentado en la silla en la azotea de mi casa de tres pisos, una silla de madera, que crujía al menor movimiento. Tenía cierta curiosidad por saber quien era, así que no dejaba de mirar a todos lados, entre la neblina. Desorbitado, absorto y confundido por el momento, me di cuenta que esta persona se iba aproximando más y más. La neblina no me dejaba distinguir quien era, sin embargo, luego de unos minutos, mirando intensamente tratando de descubrir a este personaje que se acercaba a mi, me di cuenta de quien se trataba, era mi padre, Arturo Morelli, que me seguía desde hace mucho rato, queriendo hablar conmigo.
Mi estado permanecía inmóvil, aunque más relajado al descubrir quien era la persona que me seguía. Lejos de mi se escuchaba una canción hermosa, como el sonido de una catarata que cae sobre las piedras y fluye siguiendo su camino. Mi padre me alcanzó y una sonrisa se dibujó en mi rostro, feliz de tenerlo cerca a mí. No suelo soñar mucho con mi padre, en general, no suelo soñar mucho. Sin embargo, mi padre contrario a la emoción que yo sentía al verlo, de un momento a otro, comenzó a insultarme y se abalanzó sobre mi queriéndome ahogar, golpear y hacerme daño. No entendí su reacción, no sabía que lo motivaba a golpearme. Era una mañana triste, pensé que tenerlo en mi sueño me traería algo inolvidable, algo hermoso. La relación con mi padre nunca fue buena, yo lo quiero mucho, pero nunca hemos tenido la oportunidad de acercarnos, de ser amigos. Por eso no sueño con mi padre, porque lo siento distante.
Yo ya no era un niño de cinco ni diez años. Era un adulto, un hombre capaz de defenderse, y así lo hice. Sin entender el por qué se su ataque, luché contra él y no dejé que me hiciera nada malo. Forcejeamos por un buen rato. Yo, aturdido por el momento, esquivaba cada ataque furibundo que mi padre intentaba propinarme.
Comencé a dar gritos preguntándole por qué me agredía, qué había hecho ahora que lo tenía tan furioso. Mi padre sólo seguía su ofensiva contra mi y su violencia se desataba cada vez más.
Unos instantes después, mirándolo a los ojos, entendí lo que mi padre buscaba, mi atención. Quería hablar conmigo, pero no encontraba la manera correcta de hacérmelo saber. Su impotencia de no encontrar soluciones ni respuestas positivas de mi parte lo frustraban mucho, y, no encontraba otro camino para desahogar su frustración que atacándome.
Logré sacármelo de encima con un gran impulso. Cogí su mano y la acerqué a mi rostro. Le dije con voz arrulladora que lo amaba, y comenzamos a platicar, punto por punto, algunas cosas que siempre me habían incomodado y que seguro, a él también. Sentí que su agresividad bajo paulatinamente, pero aún seguía un poco exaltado.
Unos instantes después, comencé a narrarle todo lo que guardaba en mi corazón. Durante toda mi vida nuestra comunicación había sido nula. Mi padre era una persona con poca facilidad de palabra, cariñoso en sus momentos de euforia, pero muy fiscalizador en su tarea como padre. De niño, eran pocos los momentos en los que compartíamos cosas juntos, jugábamos juntos, o simplemente pasábamos el tiempo haciendo nada. Mi padre siempre fue una persona responsable y trabajadora. Nada le fue fácil en la vida, y todo ameritaba de él su mayor esfuerzo y lucha constante.
El tiempo pasa Sergio, y las cosas que no hicimos antes quedaron ahí, en el recuerdo de las cosas inconclusas, en el baúl de los ‘no lo hice’, lejos de cualquier enmienda o corrección. Gracias a Dios la vida continua, y el tiempo nos da más de su riqueza para hacer en el presente lo que jamás nos atrevimos hacer en el pasado.
El éxito o fracaso de nuestras vidas como familia, como hermanos, como padres e hijos, como parejas, sólo depende de nosotros. Olvidemos lo pasado que no tiene remedio ni reparo, pero pensemos en el presente para hacer un mejor futuro.
Durante este sueño le reclamé muchas cosas a mi padre. Sentía que él se alejaba y quedarían nuevamente inconclusas las cosas que deseaba que supiera. Lo cogí fuerte del brazo. No lo deje ir. Él quizás no quería escuchar, pero lo forcé. Papá te amo, y quiero que salgamos adelante. Busquemos la ayuda que necesitamos, seamos amigos y confiemos mutuamente todo lo que nos pasa. La vida es ahora, no cuando tenía seis años y jugaba solo, con muñecos de plástico y disfraces raídos, en lugar de jugar contigo. No cuando me compraste una bicicleta, pero sólo una vez salimos a pasear juntos. La vida es hoy, no cuando anotaba un gol en las canchas del colegio y cada vez que te buscaba entre el público ya te habías ido. La vida somos Arturo y Sergio Morelli juntos. Seamos felices, tú, mamá, mi hermano y yo.

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