domingo, 7 de febrero de 2010

28 de diciembre


Hace algunos veintiocho de diciembre estaba en casa de Lay, un amigo de toda la vida. Jugábamos ajedrez con su prima Yvon, escuchábamos música y esperábamos la hora de irnos. Eran más de las seis, pero no teníamos la intención de terminar la reunión. La casa de Lay era como nuestra casa. Ya habíamos terminado el colegio. Algunos habíamos ingresado a la universidad y gracias a ello disfrutábamos de los regalos de navidad, como el celular que tengo. Yvon jugaba ajedrez con Lay y yo miraba las piernas de la prima coqueta y alegre. Estábamos en la habitación de la casa, echados sobre la cama y con el tablero al lado. Los demás chicos se habían ido después del partido de vóley que jugamos en la pista al frente de la casa. La red estaba tirada en el patio, junto a los palos con la que se sostenía. La pelota nos acompañaba en la caída de la noche, en los últimos instantes de la tarde de juego. Suena mi celular. Era Vanessa, la hermana mayor de Elena, la chica de mis sueños y de mis pesadillas. Elena se ha caído, está mal en el hospital, decía el mensaje. Abrí los ojos con espanto y terror. Pensé que Elena estaba grave en el nosocomio del Rímac, donde su mami trabajaba. Ya regreso, le dije a Lay. ¿A dónde vas?, preguntó. No respondí. Bajé las escaleras, corrí por la sala, pase al lado de la red que seguía tendida al lado de los palos y salí sin cerrar la puerta de la casa. Corrí como un desalmado que huye del crimen hasta llegar a la tienda. No tenia saldo en mi juguetito, mi celular. Cogí el teléfono público y marque de memoria el número de la casa de Elena. Vanessa me respondió. Aló, soy Ricardo, cómo está Elena, dije. Vanessa dudó. Está bien, en el hospital porque se cayó bajando del tercer piso, recogiendo la ropa, respondió. ¿Está en el Rímac?, pregunté. Si. Ok, voy para allá. No, no vayas ahora, porque no te dejaran entrar, es muy tarde. Entonces voy mañana a primera hora, dije. Si, está bien, anda mañana, asentó Vanessa. Gracias por avisarme, igual si hablas con tu hermana dile que esté tranquila que mañana todo estará bien, agregué. Ok, nos vemos mañana Ricardito. Chau Vane. Colgué el teléfono y regresé pensativo y triste a casa de Lay. Imaginaba que Elena pasaría la noche sola en ese lugar solitario y lúgubre. Sentí las ganas de ir en su búsqueda, de burlar la vigilancia del hospital y pasar la noche al borde de su cama, velando su sueño. O, tal vez pasar la noche conversando, burlándonos de los azares desafortunados de la vida, de las caídas imprevistas por recoger la ropa y las llamadas oportunas al adminiculo que papá me obsequió por haber ingresado a la universidad. Solo quería verla y decirle que estoy con ella. Entré a casa de Lay. Cerré la puerta y regresé al cuarto donde seguían jugando ajedrez. ¿A dónde fuiste doctor?, preguntó Lay. Elena sufrió un accidente, mañana iré a verla al hospital. Suena mi celular de nuevo. ¿Qué le pasó?, preguntó Lay. Leo el nuevo mensaje de Vanessa. Lay se queda mirándome, esperando una respuesta. Sonrío. ¿Qué pasó?, insiste. Nada hermano, nada, feliz día de los inocentes.

1 comentario:

  1. WoW! Q buena.. genial esta historia.. Saludos!
    El final fue inesperado!!!

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