martes, 14 de julio de 2009

La U

Anoche me quedé despierto hasta pasada la media noche. Era una noche especial, jugaba la U, mi equipo de toda la vida, desde cuando era niño y me hice hincha motivado por un amiguito que llevaba puestos unos guantes de arquero con el símbolo de la U.
Todos mis cumpleaños eran adornados con alguna camiseta crema regalada por mi papá. Esos días vestía el uniforme completo, a pesar de no jugar pelota, lo llevaba puesto, orgulloso, sintiendo que la crema era parte de mi piel, de mi pasión por el fútbol.
Nunca fui un jugador talentoso, a lo mucho en mis mejores tiempos diría que fui cumplidor. Me identifico con la U por la raza que tiene en el juego, porque son pocos los jugadores habilidosos que vistieron sus colores, pero todos mostraron garra, entrega, pundonor, juego colectivo, personalidad y presencia deportiva. No hay maricones en la U, esa es la conclusión.
Ayer jugamos por la copa libertadores de América, el torneo más importante de esta parte del planeta. Económica y futbolísticamente hablando, la copa libertadores es uno de los torneos más importantes del mundo (aunque cabe mencionar que no hay nada parecido a un mundial y mucho menos a una liga de campeones en Europa) y después de algunos años, la U volvía a pasear su juego por las distintas canchas de América del Sur y México (este último, juega como invitado debido al poder económico que ostenta)
El partido de anoche fue contra el San Luis de Potosí, un equipo mexicano que ocupa el último lugar del grupo 8 (en el que también participan San Lorenzo de Argentina y Libertad de Paraguay). En el partido de ida, la U había empatado a cero goles en el Monumental de Ate, y, era nuestra hora de la revancha, de nuestra venganza por habernos robado dos puntos de local, los mismos que hoy nos darían una posibilidad más concreta de clasificación a la segunda etapa.
La U siempre me hace vivir el fútbol de manera desenfrenada, eufórica, bullera, escandalosa, primitiva, emocionada y siempre acabo con la garganta destrozada. Grito sin parar, le hablo al televisor con la esperanza de que alguno de mis comentarios infundados llegue a oídos de los once jugadores que corren tras el balón. Me desespero cuando el equipo pierde la pelota, cuando regala la mitad de la cancha y se cuelga de los palos. Sufro cuando las defensas no llegan a los cruces o cuando algún delantero yerra una oportunidad inigualable de gol. Celebro y lloro cuando metemos un gol, sobretodo a los cagones de alianza (cagones con cariño, porque ellos nos dicen gallinas). Salto como un orate cuando nos alzamos con el campeonato, cuando agregamos un titulo más a nuestra vitrina llena de trofeos memorables, desde nuestro sub campeonato en la copa libertadores en el ’72, cuando perdimos contra Independiente de Avellaneda, 2-1, y perdimos la opción al titulo (es el más importante galardón de un club peruano, igualado por Cristal en el ’97 y por Cienciano cuando ganó la copa sudamericana en el 2003).
El partido va cero a cero y la U maneja las acciones. La mejor contratación del año, el Ñol Solano, como le dicen los comentaristas argentinos, a los que odio porque en sus corazones albergan la esperanza de que la U pierda ante San Luis porque horas antes San Lorenzo cayó ante el líder Libertad y con ese resultado peligra la clasificación del equipo gaucho (FOX posee por la eternidad los derechos televisivos de la copa y siempre favorecen a sus compatriotas con sus comentarios).
Recuerdo con dolor las veces que de niño veía los clásicos que por alguna extraña razón terminábamos perdiendo. El trágico 6-3 en matute jamás lo olvidaré, fue la primera vez que derramé lágrimas de dolor. Mi madre asustada, cuando el partido iba 6-2 y la U descontó 6-3 me dijo: ‘mira hijo, no llores, la U ya metió un gol…’. Es verdad, aunque no significa nada, que Alianza, nuestro eterno rival, nos lleva varios clásicos encima, pero también es verdad, que la U gana los clásicos más importantes, esos donde el equipo viene mal y necesita un triunfo revitalizador o esos en los que se disputa un titulo o una clasificación a un torneo internacional, ahí, en esos partidos, donde el estadio revienta, donde el aliento de la mitad del Perú más uno termina por intimidar a cualquiera, es cuando la U logra sus más grandes hazañas, sus más impecables resultados.
Gol de San Luis, un ataque aéreo termina por vencer a Raúl Fernández. Falta mucho para el final del primer tiempo, el equipo está jugando bien, aunque no me gusta que Reynoso, el técnico de la U, sólo haya puesto un volante de marca, Torres, y deje jugar a Calheira que no lo viene haciendo bien porque no es necesario jugar con dos delanteros si perdemos tan rápido el balón en la mitad de la cancha.
El tricampeonato de la U fue la época más feliz de mi vida. Eran los años 1998, 1999 y 2000, estaba en el colegio y era un niño que solo esperaba los fines de semana para jugar al fútbol con mi amigos y hablar de los goles que veíamos por la televisión. Era la época de Oswaldo Piaza, un peladito que llegó como técnico de la U y nos sacó campeón promoviendo varios jóvenes de las canteras (polvorita Carrión, el pompo Cordero, Manuel ‘La Muñeca’ Barreto, entre otros). El campeonato del ’98 lo recuerdo con más cariño, porque fue una definición por Play Off con Cristal. Fui al estadio con mi papá, al partido de ida en el estadio nacional de Lima, el coloso estaba lleno, Cristal no tiene una gran hinchada, por eso el recinto era crema. Ese partido la U lo perdió 2-1. En la vuelta ganamos 2-1 y eso forzó los penales, los tiros de doce pasos, donde sólo los hombres se paran frente al balón y definen con la categoría de un crema. Así fue, la U ganó por la tanda de penales, Eduardo Esidio anotó el quinto penal que nos dio el campeonato, todo fue un loquerío, los fotógrafos rodaban en el pavimento, los jugadores se abrazaban y gritaban, se subían a los arcos, los hinchas se bajaron a la cancha, no quedó ningún celeste vivo. Oswaldo Piaza esperó el gol y salió raudo del estadio, eran días de fin de año, la familia lo esperaba en Buenos Aires.
Gol de Alva, 1-1, centro de Ñol, doble cabezazo en el área (según el tomo dos del libro: dos cabezazos en el área siempre es gol). Todo comienza de nuevo.
Otro pasaje importante en la gloriosa vida de la U fue la vuelta de Chemo. El símbolo crema (antes que se fuera al Cristal) regresó al equipo de sus amores después de muchos años de haber jugado en Europa. En el 2002 sacó a la U campeón, junto a Ángel Cappa como DT y Martín Villalonga como centro delantero. Esa final la disputamos contra Alianza en el estadio Monumental de Ate. Ganamos 1-0 con gol de Villalonga. En el partido de vuelta, los aliancistas cambiaron su fortín por problemas extra deportivos y se fueron como locales al interior del país. Fue empate y con el triunfo en casa nos bastó para llevarnos el titulo.
Gol de San Luis, ¡qué agonía! Sólo faltan 15’ para el final del partido. El drama del fútbol peruano: ‘la pelota parada’, dicen algunos, en realidad, el drama del fútbol diría yo, porque nosotros también convertimos de pelota parada y casi todos los goles de la U son por esa vía. Lo real es que estamos abajo en el marcador, no es justo, la U no merece esta derrota humillante fuera de casa.
Yo seria hincha de la U una y mil veces más. Si volviera a nacer, volvería a ser hincha de la U, eso no se negocia, ese sentimiento no se vende ni se cambia. No existe motivo o razón que me haga alejarme del fútbol. Me animo a decir, con cierta precaución, que ni las mujeres son capaces de quitarnos la palabra fútbol de la mente. Este deporte es la más grande creación del hombre.
Minuto 45’ del segundo tiempo, parece todo perdido. Entra Labarthe a la cancha. Piero Alva corre por el sector izquierdo, imparable, con esa decisión y torpeza que lo caracteriza, guiado por su espíritu y por una pizca de razón. Lucha hasta el final, eso nadie se lo quita a Piero, lanza el centro que Calheira no llega a conectar del todo, pero causa la distracción de la defensa mexicana. El chico que acaba de ingresar, Labarthe, se queda con el balón en el sector derecho del área chica, solo, incomodo para lanzar el puntillazo final, los defensas corren desesperados, el arquero vuela tratando de evitar que el delantero peruano defina, el instante se hace eterno en el área mexicana, la mitad más uno del país espera que este guerrero dispare al arco. Así lo hace. Aniquila de un zapatazo a toda la defensa que busca pararlo y los mete con todo y balón al fondo del arco. Es el 2-2. Matamos en el último minuto, nos vengamos de las miles de veces que nos lapidaron así. Hemos empatado en una plaza difícil y estamos a un paso de la clasificación. Gracias a los ingleses que inventaron el fútbol, gracias a la U por existir y porque hoy, como en todos los años de mi vida, soy más crema que nunca. Señores, ‘Fútbol’ se escribe con U, no lo olviden.

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