martes, 14 de julio de 2009

Mi último día en San Marcos (Parte II)

Cuando ya me sentía mejor en San Marcos, llegó Eva, la nueva supervisora, la que reemplazaría a Carmen. Eva era una chica de mi edad, con el cabello largo, delgada, vestida con el uniforme del banco a pesar de no tener la obligación de llevarlo puesto. Cuando la conocí no sabía que era la nueva supervisora. Recuerdo que me acerqué, sin presentarme, ella me miró a los ojos y yo sólo le dije hola. Al poco tiempo Eva se convirtió en una amiga, en ese aire nuevo que necesitaba la agencia, Carmen estaba de salida y era ella la nueva responsable de la oficina. Eva era muy inteligente, rápida, sabía su trabajo y tenía un trato especial, sobretodo con los chicos talentosos, adoptándolos como sus hijos, enseñándoles y dándoles algunas responsabilidades extras.
También tuve la suerte de conocer a Jessica, mi madre, una chica que se volvió mi amiga, una líder innata, con un carácter marcado y un talento para enseñar que yo siempre agradecí. Jessica siempre dobleteaba los jueves y los viernes para levantar los niveles de atención en la agencia y para que descansara los sábados. Durante todo ese tiempo me tocó sentarme a su lado y aprender mucho de ella. Era muy divertido jalar a su lado, todos los clientes la conocían y ella se encargaba de presentarme. Era una época de cambios en San Marcos, estaban entrando muchos chicos nuevos, sobretodo en el turno tarde, Jessica nos apoyó mucho en esos tiempos.
Tengo que reconocer que era muy malo en caja. En plaza San Miguel no había aprendido nada, por el poco tiempo que había estado ahí y porque no era una agencia tan exigente a nivel operativo. Chicas como Rosita del Perú, La santa Ludmi y Yuju me apoyaron mucho en esos primeros meses. Pregunta lo que sea muchacho, decía Ludmi, no te olvides de hacer el dedi pag después de un cheq, decía Yuju. Que hubiera sido de mi sin ellas, que cuando no cuadraba buscaban mi diferencia, que cuando algún cliente se me venía encima ellas siempre me defendían, que siempre respondían a mis dudas y siempre cargaban no solo con sus cajas, sino también, conmigo.
Al principio bastante distante, pero no por eso menos cariñoso, mi hermano, mi mentor, mi maestro: Valiente; más conocido en la farándula como José o Pepe, una de las personas que me marcó, no solo como cajero sino como amigo. En un comienzo me trataba con la distancia de un jefe pero sentía que en lo más profundo de su ser me tenía un cierto aprecio. A veces me encerraba en la ante bóveda, sobretodo los días sábados, donde sólo entraban los que más jalaban (por eso yo me quedaba afuera) y me daba la chamba de ordenar todo el archivo de la oficina. Te voy a dar una clase de archivo, con esto tranquilamente puedes ser PP, me decía José. Poco a poco nuestra amistad se fue haciendo más fuerte y se extendió hacia fuera de los temas laborales. Hoy José es casi un funcionario de negocios y toda una promesa en el banco. Admiro de él su liderazgo, su nobleza, su sentido del humor, su talento para los temas laborales, su criterio, su esfuerzo y ganas de aprender. José y Oscar (el hijo de José, aunque este a veces reniegue porque alguna vez Oscar le robó el cambio de turno) fueron una inspiración para mi. Fue algo bueno conocerlos.
Luego de unos meses, sin que Luís y yo cumplamos un año en el banco, y sin haber firmado nuestro segundo contrato, pasamos a ser los más viejos de la agencia. Temas extra laborales y algunos cambios necesarios e innecesarios hicieron que hubiera otro cambio generacional. Un cambio de gerente, Arturo, una nueva supervisora, Paty, la ex pp de la mañana, cajeros nuevos, asesores de ventas nuevos, todo un cambio transformacional, que nos convirtió a Luís y a mi en los más veteranos de la agencia.
Eva depositó más confianza en nosotros, algo que yo siempre agradeceré. Nos dio la tarea de recoger a los chicos nuevos y apoyarlos lo máximo posible. Así fue que conocí a Pelao, el chico fortachón y sensible de la agencia, mi hermano, el hombre que se ganó el cariño de todos a punta de caramelos y lapiceros gigantes. Nos divertía con sus canciones criollas, con su ritmo frenético al momento de bailar, con sus temas interminables sobre coches o cualquier artefacto con cuatro ruedas, con esa bohemia y amor por el vale todo y por los puchos y por Sabina y por la mujer. Junto a José y a Luís, mi gemelo, el chico con quien compartí un aula de capacitación y por el que puse cinco soles para la torta el día de su cumpleaños, sin saber bien su nombre siquiera, el chico que me abrió las puertas de San Marcos cuando no conocía a nadie, nos convertimos en esos amigos inseparables, en esos mosqueteros, en esos caballeros de la mesa redonda, en esos amigos de diversas corrientes, diferentes, pero geniales, dignos de cualquier ¡salud! en cualquier esquina, con cualquier cerveza en la mano.
Pasaron unas semanas y llegaron a la agencia Pecho, Grillo y La flaca, tres chicos geniales, que aportaron un ambiente distinto a la oficina. Pecho llegó con el rotulo de galán de barrio, el chico sexy que paraba con la camisa abierta, mostrando sus dos o tres vellos saltarines, su cadena de fantasía y su reloj timing de utilería. Grillo era el más serio de los tres, al parecer el tenía más frío porque siempre se abotonaba la camisa hasta el cuello, parecía un curita, un hombrecito geniecillo, con aire a Pepe Grillo, ese personaje de fábula que nos distraía de niños. La flaca era la chica linda del grupo, el punto de las bromas por su delgadez, por su silueta cimbreante, espigada, delineada por unas curvas zigzagueantes, por su manerita de caminar y de posar sin lentes ni cámaras. Yo adopté a la flaca. Me divertía sus ocurrencias, sus miedos comprensibles de principiante y admiraba su inteligencia y rapidez por encima de sus otros dos compañeros. Pecho se convirtió en mi amigo, mi confidente, resultó ser un chico noble y sencillo, divertido y galante, atrevido con su avasalladora personalidad y osado para entrar a caja sin saber nada de ella. Grillo era comprometido y empeñoso, inteligente, precavido (por no decir lento), divertido y solidario. Llegué a tener un cariño superlativo por estas tres personas, por estos tres personajes.
Luego llegó la chica que siempre tuvo para mí un NO como respuesta, 18, la chica con el peinado de dibujo animado, de androide en la serie Dragón Ball Z, con esos ojos miel, o claros, no sé, jamás pude verla mucho tiempo a los ojos por miedo a quedar hipnotizado. Me divertía su tono al hablar, su carácter characato, su inteligencia y su manera de vivir, sus experiencias relatadas por ella misma, una mañana que salimos juntos y que conversamos como dos amigos o tal vez como dos conocidos, donde yo hice las veces de entrevistador y ella, a su manera distante y profesional, respondía cada una de mis preguntas con el misterio suficiente para dejarme encantado. Tenía un novio con el que convivía, era muy romántico y a ella le encantaba. Al parecer era muy feliz con él, o al menos, no se sentía sola.
Cada uno de estos chicos (y con el temor de olvidarme de alguno) hicieron de mi estancia en San Marcos la más feliz. San Marcos se convirtió en mi casa gracias a ellos, a la convivencia que llegamos a tener producto del azar y del trabajo. Jamás olvidaré esas chapas, esas bromas a la hora del cuadre, esos saludos a la hora de llegada, esas tomadas de pelo (menos a Pelao por obvias razones) esos rajes que nos permitimos como una manera de rebelarnos contra los jefes y los clientes, esas fotos en los climas laborales, esas sonrisas alcoholizadas en las discos de alguna salida de puros calzoncillos, esos olores que siempre atribuimos a Camote, el chico más pulcro de la oficina, el chico más rápido y hábil de la tarde y con las medias más originales que jamás haya visto. No voy a olvidar a Meli, el pequeño saltamontes, la chica con el ánimo más explosivo y dulce mezclados en un cuerpo delgado y una sonrisa tierna. En fin, no terminaré nunca de agradecer a cada ser humano que tocó mi vida, de una manera tan especial y única, si no, prometiéndoles que siempre los tendré presente en mi mente (y no digo corazón, porque el corazón solo sirve para bombear sangre, no quiero usar ese termino romántico), que siempre guardaré esos momentos felices que viví con ustedes, con ellos, con esas personas que siguen en esa oficina, en esa casa, que ya no es la mía.
Hasta siempre chicos, se les quiere mucho.

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