martes, 14 de julio de 2009

Una patada en la mera torre

Todos los jueves en la noche voy a celebrar la magia del fútbol. Religiosamente mis amigos de mi ex agencia, San Marcos, y yo, nos reunimos en pantalones cortos, zapatillas rotas y polos raídos, en busca de esa adrenalina que nos hace sentir peloteros profesionales, bastante parecidos a esos Mancos, Chorris, Maestris, Solanos, Focas, Guerreros, y demás inefables vividores del fútbol que le pegan al balón con una destreza que no tenemos, pero que creemos tener, y nos regocijamos celebrando goles que ni nuestras amigas más cariñosas celebran.
Todos los jueves damos rienda suelta a nuestra pasión, el fútbol. Una pasión más fuerte que cualquier cosa, más fuerte que el poder de una falda, más importante que los cumpleaños familiares, que las amigas, que las madres, etcétera. El fútbol nos recuerda la manera arcaica de ver la vida, la forma primitiva, la de dos bandos que buscan perforar una caverna hecha de redes y travesaños, corriendo detrás de un balón, empujándose, barriéndose, golpeándose, lacerando la piel, todo en busca del triunfo, una victoria que nadie reconocerá, pero que no deja de ser la noticia de los próximos siete días.
Ahora que vivo en otra agencia, le pedí a mi amigo Mario que me acompañara a este partido trascendental con la agencia Lima Cargo. Nos reunimos como siempre en la cancha de la calle Cueva, en San Miguel. Pagamos la cancha de gras sintético, nos cambiamos la indumentaria de trabajo por la de peloteros, tomamos algunos vasos de cerveza, los que nos entonaron para el duro encuentro, nos vacilábamos entre nosotros y todo era alegría y risas.
Pelao, Jorge, Joel, Valiente, Paulino, Grillo, Giorgio, Freddy y yo, todos dirigidos por el estratega y serrucho Luís Bri, salimos a la cancha en busca del triunfo moral de ganarle a una agencia enemiga en el campo de juego y desconocida fuera de él.
En la tribuna estaban las chicas de San Marcos, abnegadas, grabando y gritando cada jugada hilarante que salía de nuestros pies. Valgan verdades, porque la sinceridad debe estar ante todo, tengo que hacer una mención a parte para Joel y Jorge, que son unos crack, unos chicos tocados por EL DIEGO, con un talento para llevar el balón como si en sus pies tuvieran un guante. Joel engordó las redes enemigas en un par de ocasiones y Jorge en una. Ambos son geniales en el manejo de la pelota.
El trámite del partido fue el normal. Entramos a la cancha y fue en ese momento que decidí dar un paso al costado porque, sin mi, estaban completos. Me senté al lado de Luís Bri, el estratega, el chico con el grano más grande jamás visto en una frente. Discutíamos el partido, gritábamos como si tuviéramos autorización para hacerlo, como si alguien nos haría caso en medio de tanto barullo. La pelota iba de un lado a otro. La agencia Lima Cargo estaba dispuesta a llevarse la victoria, ya que antes de comenzar el partido, algún optimista, apostó una caja de chelas bien heladas para el ganador. San Marcos se defendía de todas la arremetidas de Lima Cargo. Grillo se hizo figura en pocos minutos. Giorgio se hizo el patrón de la defensa sanmarquina. Pelao se apoderó del medio campo y Valiente sorprendía con sus disparos de media distancia, aunque muchos terminaban en las manos de Mario, el arquero que reforzó Lima Cargo, a pesar de haber sido invitado mío.
Una pelota dividida en el borde del área sanmarquina y Giorgio termina en el gras, regado, producto de una zancadilla, de una entrada algo desleal por parte de un chico algo confundido. Giorgio se puso de pie y continuó el partido.
La pelota se paseaba por la media cancha y Jorge corta una jugada de Lima Cargo, la pelota se aleja de los pies de Jorge pero él no pierde las ganas de ir tras el balón. Otra entrada desleal de este chico confundido corta el partido. Las cosas siguen cero a cero. Continúa el encuentro.
Valiente lleva la pelota por el lado derecho de la cancha. Hace correr el balón para picar. Otra vez el mismo chico confundido levanta en peso al pobre Valiente que sale disparado como papel mojado. Valiente se para, lo mira feo. Le dice algo. Nadie se mete.
Al parecer el chico confundido quiere tener una victima, un sanmarquino que reciba buenamente sus patadas, empujones, zancadillas en nombre del juego fuerte y de que el fútbol es un deporte para hombres. A pesar de la aspereza del juego, no le quito merito a este chico confundido, porque gracias a él, el partido tuvo esa cuota de hombría y brusquedad que se necesita para demostrarnos, tontamente, que somos machos, que tenemos huevos, que somos lo suficientemente capaces de impresionar a Soplín que no dejaba de grabar cada incidencia del encuentro, y a las demás chicas que se habían dado cita a la cancha de la calle Cueva esta noche de jueves futbolero.
Grillo atenaza el esférico. Levanta la mirada rápidamente y ve que Jorge estaba en el área contraria listo para el contragolpe. Grillo suelta rápido el balón y lo manda hasta el pecho de Jorge, quien espera marcado por el chico confundido. La pelota aún no cae, todos estamos a la expectativa de la jugada. Noto que Jorge no se siente a gusto con la marca del chico confundido. Al parecer siente que lo esta golpeando. Jorge no resiste más patadas gratis por parte del chico confundido y está dispuesto a darle su vuelto. Se deja caer sobre él. Pareciera como si la caída fuera en cámara lenta y en cada segundo que pasa Jorge y el chico confundido se reparten codazos y patadas por doquier. En el final de la caída, Jorge termina encima del chico confundido y trata de ponerse de pie antes que él. Lo logra, sin antes propinarle una patada en toda la cara, dejándonos sorprendidos por la jugada.
Los chicos de Lima Cargo saltaron de inmediato. Todos buscaron a Jorge pero nosotros evitamos que lo encuentren. Calmamos la situación. Fue una jugada desleal por parte de ambos, completamente censurable, pero a la vez, completamente genial. Jorge aceptó el juego tonto del chico confundido y lo humilló, delante de todos, al propinarle un golpe en el rostro que, más que generarle un dolor físico, le ocasionó una herida en su orgullo. El chico confundido quiso ser un matón, quiso ser el malo del partido, quiso intimidar con rudeza a los chicos de San Marcos, pero no contó con encontrar a alguien con más calle que él, alguien que ha jugado en pista, que ha paseado su fútbol por los mundialitos del Porvenir, alguien de barrio, de barrio fino.
Obviamente los amigos del chico confundido deseaban cobrar venganza por la afrenta. Uno de ellos, un muchacho de escaso tamaño, fornido, de cabeza rapada, intentó bajar a Pelao, el tipo más tranquilo del partido, un chico de espalda tan grande como su nobleza, pero que no es tonto, que sabe defenderse y tiene con qué. Soplín desde la tribuna grababa, enamorada, cada segundo de la pelea de su novio. Seguro después colgará esa hazaña primitiva en youtube.
El partido futbolísticamente fue una desgracia. Al final ganamos y como era de esperarse Lima Cargo no pagó la caja de chelas bien heladas. Siempre es lamentable razonar a golpes, entrar en la absurda violencia que no lleva a nada, pero no les puedo mentir, esa noche de jueves Jorge y Pelao se ganaron mi respeto y mi admiración. No por las patadas ni los insultos, sino por esa cosa inigualable que te da la calle, ese sabor y esos recursos para salir parado de cualquier situación. Esa noche Jorge y Pelao dejaron en claro que Gaby y Soplín están bien cuidadas, protegidas. Espero que el chico confundido quiera volver a jugar con nosotros un partido de fútbol, aunque estoy seguro que esta vez preferirá que juguemos Luís Bri y yo, mientras que Jorge y Pelao miran desde afuerita no más, sin opción a poder entrar.

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