viernes, 23 de mayo de 2008

La casa Limpia

Mis padres y yo nunca nos llevamos bien. Cuando era un adolescente y estudiaba en el colegio, las cosas eran más fáciles para los tres. Era un chico relativamente estudioso, generalmente no me desaprobaban en algún curso y muy de vez en cuando recibía uno que otro reconocimiento. Mis padres fueron muy felices conmigo cuando ingresé a la universidad, a penas acabando el colegio, porque veían muy compleja la posibilidad de acceder a una universidad pública, por el descomunal número de postulantes. La felicidad les duró menos de un año, porque a finales del mismo, decidí dejar la universidad. Postulé a varias universidades y a distintas carreras. Sólo pude ingresar a una universidad privada y a una carrera que no me gustaba. Desaprobaba muchos cursos y eso fue mellando la relación con mis padres, que pagaban y pagaban, incansables, las boletas de esa universidad prestigiosa, mientras yo no encontraba mi verdadera vocación.
Por lo demás, mis padres y yo, no hemos tenido mayores altercados ni diferencias. Minucias, cosas sin importancia, eran las que provocaban nuestros distanciamientos. El mayor problema era mi desorientación a nivel académico y mi flojera crónica, algo de lo cual mis padres no entienden a quién heredé.
Este fin de semana mis padres y la última de mis hermanas viajaron a Trujillo, una ciudad muy bella, donde viven mis tíos por parte de papá y algunos amigos que yo sólo conozco por nombres. El fin de semana será largo, debido a la visita de algunos presidentes de algunos países vecinos, seguramente para conocer Machu Picchu y conversar de sus esposas, en definitiva, nada trascendental, nada que genere un verdadero cambio en la situación socio-cultural de los pueblos de esta parte del continente.
La casa estaba sola, abandonada a mi suerte, bajo mi deficiente supervisión. En un principio, me sentía feliz por la soledad que tanto necesitaba, por ese espacio que ahora abarcaría toda la casa, que no es tan grande, pero lo suficiente para mi desorden, mi desaseo y mi flojera crónica.
Como la vida no es completamente bella, hace algunas semanas comencé a trabajar en una entidad financiera, y, para colmo de males, tenía que someter mis días libres a la voluntad de esta empresa que poco a poco se apropiaba de mi vida. Todo sea por el dinero extra, que no le viene mal a nadie, en estos tiempos de necesidades y gastos.
En esta entidad financiera conocí a muchos chicos de mi edad, pero mejor encaminados y más maduros que yo. José, Luís, Rosita, Liliana y Gabriela, son los chicos que fueron conmigo a sacrificar nuestro fin de semana largo. Los conozco poco tiempo, pero los quiero mucho, porque hacen menos insoportable el hecho de trabajar. Los días en la oficina son divertidos, alegres y risueños, gracias a estos chicos.
Conversando con José, el más serio del grupo, nos convencimos de que la mejor manera de desquitarnos de tanto trabajo era haciendo una reunión a la salida de la oficina. Yo, nada egoísta y por el contrario, muy generoso, ofrezco mi casa para dicha reunión, para lo cual José aceptó encantado. No pasaron ni cinco minutos, para que los demás chicos estuviesen invitados a la reunión en mi casa a la salida de la oficina.
Dieron las ocho de la noche y todos recordaron la invitación hecha por José. Yo, por más arrepentido o por más emocionado que estuviese, nada podía hacer contra el plan maquinado por José. Tomamos un taxi y por el camino hacíamos paradas abasteciéndonos de comida y bebida, infaltables, en una reunión social de jóvenes despechados y cansados del trabajo. A pesar que yo muy despechado o molesto con la vida no debía estar, ya que mis demás amigos trabajaban y estudiaban a la vez, en cambio yo, a las justas y trabajaba.
Llegamos a mi casa a eso de las diez de la noche. El portero del edificio me miró con cara de pocos amigos, como diciéndome que correría a contarle todo a mi mamá cuando ella estuviese de regreso. Subimos por el ascensor y el ambiente estaba poniéndose cada vez mejor. Entramos a mi casa y nos pusimos cómodos, abrimos las bebidas, servimos la comida y fuimos felices después de un día agitado en la oficina. Luís encendió el primer cigarro sin importar que el sensor de humo estuviese sobre su cabeza, es más, diría que nunca se dio cuenta de ese detalle. José jugaba con el equipo buscando la mejor música y ejerciendo su vocación de DJ frustrado. Rosita, encantadora como siempre, ordenaba los platos para poder comer con comodidad. Liliana preparaba los tragos y Gabriela, con su carita de osito de peluche, caminaba de la cocina a la sala, incansablemente. Yo trataba de ordenar mi desorden de soltero puerco, de hombre de mal vivir, que no deja ni una sola cosa en su sitio, sino que todo lo usa y nada repara. Los platos en la cocina estaban rodeados de moscas glotonas que hacían guaridas entre las ollas recubiertas con alimentos de tres o cuatro días. En mi habitación había desaparecido el piso porque todo estaba regado sobre él. En mi baño tenía un espejo manchado con las gotitas secas que quedan después de cada baño con agua caliente, el lavabo tenía varias capas de jabón resecado por los días de invierno crudo que se viven en Lima, y la tina, inundada y con el desagüe atorado. Un asco, mi casa era un asco. El polvo se paseaba por cada rincón. La pantalla del televisor tenía nombres escritos con el dedo, donde el polvo hacia las veces de tinta. Los cojines de los muebles eran de un color crema oscura, pero no debido al diseño o a la decoración, sino simplemente al hecho de que siempre los arrastro por el suelo cuando quiero leer recostado sobre el parquet. Mi madre es la única capaz de combatir mi desorden y mi caos natural. Siempre peleamos por mi desidia, por mi negligencia al hacer las cosas domésticas, pero al final declina en su llamado de atención y sólo trata de hacerme la guerra con su limpieza y su orden.
Si mi madre viera este cuadro se caería de espaldas, pienso. Tengo la casa completamente sucia, completamente invadida por personas que ella no conoce, completamente llena de moscas, gusanos, arañas y demás eslabones de la cadena alimenticia animal. Mis amigos se burlan de mi desorden, pero no ayudan a limpiar.
Terminada la reunión, todos se fueron y dejaron la casa peor de lo que estaba. El desorden se multiplicó y la suciedad, por lo menos en la cocina y en la sala-comedor, también. Yo estaba cansado, muerto, después de haber trabajado todo el día y haber terminado haciendo esta reunión relámpago. No voy a mover un solo dedo más. Me voy a dormir, dije.
A la mañana siguiente, la luz del nuevo amanecer develó la verdadera magnitud de los daños. Fui capaz de asombrarme de la manera salvaje en la que comemos, bebemos y compartimos nuestros momentos en grupo. Es en esa mañana cuando entendí el refrán: dos son compañía, pero tres son multitud y seis el Apocalipsis. Con una mano en mi cabeza y la otra entre mis piernas, acomodándome el pantalón, mientras bostezaba, síntomas de un sueño que no ha terminado, camino por las ruinas de lo que queda de mi casa y me propongo levantarla en hombros, como Hiroshima se levantó después de la segunda guerra mundial. Corrí a bañarme para que el sueño no me ganara y comencé a limpiar con todo el amor que nunca le di a mi propia casa. Tomé cada rincón, cada adorno, cada mueble de mi casa y le di el cuidado que nunca habían reconocido de mis manos. No sé si lo hice por miedo a que mis padres se defraudaran nuevamente de mí. No sé si lo hice por miedo a un castigo. No sé si lo hice porque me harté de la basura, del mal olor o del desorden. Lo único que sé, es que mis padres, al llegar a casa, cansados y felices de su viaje de placer, encontraran un lugar limpio donde descansar y disfrutar ese momento del retorno al hogar, donde todo comienza. Lo único que sé, es que por más sucio y desordenado que este un lugar, siempre se puede limpiar y ordenar. Sólo hace falta un poco de ganas, empeño y voluntad para hacer las cosas. Lo único que sé, es que la convivencia con los seres que uno ama, en especial con los padres, puede llegar a ser como una casa inmunda, sucia y desordenada, pero siempre habrá una mañana en la que se puede limpiar y ordenar.

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