domingo, 5 de julio de 2009

Sueño de una Noche de Verano

No suelo soñar por las noches. Tal vez mi corta imaginación no me lo permite. Quizás tengo la mente tan pesada que al poner mi cabeza sobre la almohada, mi cerebro termina desenchufándose, desconectándose, por un periodo de ocho horas, o más.
Las pocas veces que concibo un sueño, a la mañana siguiente termino muy agotado, fantaseando, creyendo que lo soñado es real. Comienzo a buscar evidencias de lo que supuestamente he vivido la noche anterior, pero siempre me doy con la ingrata sorpresa, de que nada es real.
Por lo general sueño con musas, con mujeres que pasaron, pasan o pasaran por mi vida, con lugares extraños, personajes diabólicos que me someten a su voluntad, con ángeles y demonios. Alguna vez recuerdo haber comenzado a escribir una novela producto de un sueño con una mujer a la que llamé Ana. Soñé que esta mujer había aparecido en mi vida inducida por un sueño, por una fascinación, pero que a fin de cuentas, esta bella mujer ya no existía, había muerto momentos antes de que la soñara. La novela se perdió cuando formatearon mi computadora.
Anoche estaba cansado, con ganas de tirarme a la cama y perderme en el mundo de los sueños. En la mañana me habían invitado a salir, pero por esas cosas del destino, la salida se truncó. Mejor, pensé, a pesar de que la muchacha que osó cancelarme era muy linda y divertida.
Esta vez soñé con una mujer bellísima, adornada con unos ojos preciosos y una sonrisa encantadora. Me enamoré de ella a primera vista. Su cabellera amarrada, inmóvil, dejaba sobre su frente a unos cuantos cabellos aventureros que flameaban al compás del viento huracanado de un ventilador industrial. Sus movimientos acompañados por la música de moda, desfilaban frente a mis ojos, dejándome la sensación de estar viendo arte, cuando su cintura simulaba el recorrido de un ula-ula. Sus manos me invitaban a bailar con ella, a moverme a su ritmo, pero mis sentidos preferían escanear cada paso que daba, cada movimiento, cada sonrisa, cada mirada esquiva.
No recuerdo como terminé conociéndola. Son esos detalles de los sueños que terminan perdidos en tu memoria. Sólo tengo en mente la música, el baile, su sonrisa y sus ojos. Nos sentamos a la mesa, es por eso que sospecho que estábamos en un antro de Lima. Pedimos unas cervezas y unos cigarrillos. Fumo Lucky, no Hamilton, lo siento, dijo la mujer. Me dio su cajetilla de cigarros Lucky, con la intención de que fuera a buscar esos puchos aceptados por su paladar. Busqué en la barra, con las señoritas que atendían en aquel antro, pero no encontré ningún cigarro de esa marca. Intenté engañarla. Compré Hamilton y los metí en su cajetilla para que pensara que son de la marca que ella quería. Fue imposible y tonto de mi parte, porque jamás me creyó y sólo terminó burlándose de mí.
No habla mucho la mujer de mis sueños. Sólo sonríe, mira y baila, con una destreza, para las tres cosas, que me hacen sentir torpe, tonto. No salgo mucho por las noches, digo, ella suelta una carcajada. Se nota, dice. Digamos que es mi primera vez, digo. No te creo niño, dice. Intento ser encantador, hago bromas estúpidas, trato de quedar como un idiota con la única intención de verla sonreír. La próxima vez iremos al teatro o al cine, le digo. ¡Qué aburrido! ¡No, jamás me lleves a esos lugares! No es mi ambiente, dice ella. Este tampoco es el mío, digo, porque estoy rodeado de humo, de música estruendosa, de oscuridad, como si mi vida ya no fuera lo suficientemente oscura. ¡Vamos a bailar!, digo. ¿Quién cuidará nuestros puchos y cervezas?, pregunta ella. No lo sé, dejemos todo tirado.
Bailamos abrazados, sin el ritmo erótico de antes. Siento algo rico en la punta de mi nariz, me gusta el olor de su cabello, de su cuello. La música duraba más que antes. Una pequeña complicidad con el DJ me permitía disfrutar de su espalda, su cintura y el aroma de su cuerpo abrazado al mío. Que nada me despierte en estos momentos, que el sueño siga su curso, que muchas veces no termina como en la realidad, porque realmente quería darle un beso, buscar sus labios con la necesidad de que los míos también perciban lo que mis manos, una pequeña parte de ella.
No todas las noches, y menos en los sueños, terminan coronadas con un beso ni con caricias avanzadas en lo erótico. No faltaron las ganas, por lo menos de mi parte, pero no quise forzar la voluntad de aquella mujer que me hizo feliz, que me regaló alegría con cada sorbo de cerveza, con cada baile, con cada sonrisa, con cada mirada pícara que yo no podía sostener, porque soy un tonto enamorado, porque no soy un chico de la noche, algo que por alguna extraña razón, saberlo, no me hace tan infeliz.
Cansados de la cerveza, pedimos unos tragos, de nombres raros que no recuerdo. Odio los tragos fuertes. Por eso no podía terminar mi vaso de vodka con hielo, pero ella si, ella podía con todo, con el baile, el trago y conmigo.
Los sueños llegan a su fin porque el sol termina con el encanto de la noche, con el poder de la oscuridad y las tinieblas. Salimos del antro, caminamos por la calle a punto de amanecer. No quiero que esto se termine, le digo, no quiero despertar porque no sé si te vuelva ver. Ya es tarde, todo debe terminar, dice ella, sin mortificarse tanto. No puedo creer que la haya pasado tan bien, solo soñando contigo, digo. Ella sonríe. Ahora sueña que me llevas al teatro, dice. ¿A ese lugar aburrido, donde memorizan un guión tonto que nadie entiende?, pregunto. Ella no deja de reír. ¡Que aburrido!, digo. Pero ese es tu ambiente, ya salimos del mío, dice ella. Me río e intento darle un beso, un único beso que selle un gran final. Ella no me regala sus labios, sino tan solo su mejilla rosada. Ha sido genial salir contigo, dice ella, prométeme que me llamarás. Te lo juro, digo. Adiós, dice y me obsequia un beso en la mejilla. No te vayas, pienso. Ella desaparece perdida en una humareda que sólo me deja su aroma impregnado en la punta de mi nariz.
En los sueños uno puede ser feliz. Tal vez la realidad es lo único que nos queda, pero siempre podemos escapar a ese mundo fantástico, a ese mundo irreal y mágico, donde todo es posible, donde la felicidad depende de una salida, de unos cuantos bailes, de unos cuantos tragos, de las sonrisas perfectas, las miradas precisas y de un final tan simple como un ‘adiós’ y un beso inocente, prometiendo una llamada que no se dará, porque nadie ha logrado llamar a los sueños, ahí está el encanto, ellos vienen solos.

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