jueves, 25 de febrero de 2010

El pecado de Lucia



Lucia es una joven de veinte años, estudiante de periodismo y apasionada cantante. Vive con sus padres, los mismos que están a punto de divorciarse. El padre de Lucia engañó a su esposa con una secretaria de su oficina y tuvo un hijo con ésta. La madre de Lucia, que es una mujer de éxito, superó el tema abocándose al trabajo y a sus innumerables viajes fuera del país. Lucia adora a su padre, aun por encima de su madre, porque ambos mantienen una relación de complicidad y amistad difícil de superar. Lucia es la engreída, sobre todo de su padre. Él le cumple todos sus caprichos, como cuando era una niña y colmaba su habitación de dulces, muñecas y cuentos de princesa que todas las noches, sin falta, leía para la niña de sus ojos. Su padre, y no su madre, era quien la llevaba todos los fines de mes a las tiendas más concurridas de Lima para renovar su closet. Saliendo de las tiendas recorrían los cines y terminaban comiendo delicatesen en algún restaurante ficho. Su padre, que es periodista, saltó de alegría la vez que Lucia ingresó a la facultad de comunicaciones. Era feliz al saber que su hija compartía la misma vocación que él, esa locura insana de ser periodista, comunicador, en un medio bastante difícil, lleno de víboras y caimanes que van en busca de presas tiernas como la bella Lucia.

El padre de Lucia le regaló ese mismo año un equipo completo de cámaras para que comenzara a trabajar en ese mundo tecnológico del periodismo. Ambientó su dormitorio para que tuviera un centro de grabación y edición. Le compró la computadora más potente y los equipos más sofisticados. Fue ahí cuando Lucia descubrió que lo suyo era cantar, en ese ambiente de grabación comenzó a ensayar su canto, con coros afinados y acompañamientos de guitarra, la misma que tocaba muy bien. Algunas veces, con sus amigas, pasaban horas en su habitación, haciendo videos sobre el tráfico en Lima, los mendigos en el centro de la ciudad, un paseo turístico por Miraflores y una que otra entrevista con las autoridades de la universidad. Cuando comenzó a llevar los cursos de carrera, se dio cuenta que no se había equivocado, que su vocación por el periodismo era verdadera, pero no olvidaba su amor por el canto y las horas de guitarra frente equipo de grabación.

Por esos días descubrió que su padre engañaba a su madre con la secretaria de su oficina, en un diario de prensa local. Lo descubrió la mañana que fue a buscarlo al trabajo y encontró a la mujercita sentada sobre las piernas de su padre. Lo primero que se le pasó por la cabeza fue su nombre: Lucia. No pensó en su madre, ella sabía que lo más importante era la relación con su padre, esa afinidad superior al matrimonio con su madre, esa complicidad de amigos íntimos, superiores. Lucia sintió el engaño propio, suyo, se adueñó de la traición de su padre. Se dio cuenta que aquel hombre que decía amarla la engañaba con una tipeja de medio pelo.

Esa mañana Lucia salió corriendo del diario local. Su padre fue detrás de ella pero fue inútil. Lucia no le contó a su madre lo que había visto, porque no lo creyó necesario, no creyó que a su madre le importaría demasiado aquella traición. Días después su padre confesó, reunió a la familia en la sala y expuso su inexcusable situación. Por aquellos días, Lucia se apoderó de todos los roles dentro de su familia. Esa mañana, Lucia dejó de ser la hija preferida y se convirtió en lo que le gustaba a su padre: una mujerzuela.

Nada fue como antes. Lucia dejó de cantar y de grabar su voz en el estudio ambientado en su recamara. Descuidó la universidad y le pidió a su padre que se fuera de la casa cuando se enteró que el producto del engaño con esa mujerzuela acababa de cumplir un año. Lucia tenía un medio hermanito robusto y rosadito, pero no le importó, no quiso conocerlo y luchó incansablemente hasta que su padre abandonara la casa.

Lo consiguió, el amor de padre lo obligó a mudarse a un departamento. Creía que así lograría, pasado un tiempo, calmar el dolor de su adorada hija. En su mente tenía la esperanza que, algún día, Lucia querría conocer a su medio hermanito y así podría regresar a casa. El tiempo se encargaría de demostrarle que el odio y el rencor no siempre pierden ante el amor.

Lucia comenzó a salir con amigos. La chica que pasaba horas leyendo y cantando se convirtió en el ama y señora de una casa abandonada por su padre, que ya no vivía ahí, y por su madre que prácticamente vivía en el aeropuerto. Ese cuarto lleno de muñecas se convirtió en el escenario del amor por despecho entre Lucia y sus amigos. Aquella habitación de princesa de cuento de hadas, ahora se había convertido en el bulín de una mujer necesitada de amor, de aquellos afectos que solo un padre les puede dar a sus hijas. La imagen de hombre probo había caído frente a sus ojos aquella mañana, cuando lo encontró manoseando entre las piernas a la secretaria de su oficina.

Lucia jamás borraría esa imagen. Y como castigo para aquel hombre que la engañó, todos los fines de semana, mientras su madre viaja por el mundo, Lucia abre las piernas esperando recibir todo el amor de aquellos hombres que pasan por su alcoba, aquellos hombres que pasan el casting para ser el hombre perfecto, aquel hombre que fue su padre, antes de la mañana maldita en aquella oficina de prensa local.

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