lunes, 8 de diciembre de 2008

El espectáculo de los bebes

Eva es mi jefa en la agencia donde trabajo y mi amiga, eso creo, fuera de ella. Llegó a trabajar conmigo hace un poco más de un año. Se enamoró de un chico algo huraño pero noble y, a los pocos meses, nos dio la feliz noticia de su embarazo.
Eva es muy inteligente y rápida en su labor diaria. Soluciona los problemas de la agencia con un criterio muy certero, el cual envidio, y tiene una facilidad para entablar amistad y confianza con los chicos y chicas que comprenden su trabajo.
Hay algunos días en los que me considero su amigo y otros días que no tanto. No soy tan hábil como ella y, seguro, eso la defrauda. No tengo su criterio certero y por eso su confianza va decreciendo de manera exponencial. No tengo su experiencia y tampoco su talento pero, sin embargo, me dio la oportunidad de trabajar a su lado.
El primer sábado del último mes del año, Eva, organizó la fiesta de bienvenida para su bebe. Invitó a toda la agencia, pero no todos pudieron ir, lo cual fue algo bueno, porque no había tantas sillas para todos.
Llegué a las ocho de la noche al departamento de Eva, en el tercer piso de un edificio recién construido en la avenida la marina en San Miguel. Me recibió Emmanuel, el novio de Eva, y me guió, muy cordial, por los pasillos de ese edificio nuevo y acogedor. Entré al departamento y encontré a Franco, el popular Pe, que estaba acompañado de su novia, Anie, linda y encantadora, con los que pasé un largo rato entretenido esperando a los demás invitados.
Al poco rato llegó Eva, que había salido a comprar algunos detalles para la fiesta. Estaba más linda que los días en la agencia. El embarazo les da a las mujeres un aire angelical, una sonrisa iluminada, una mirada tierna y feliz. Verla, me hace dudar de mi idea férrea de jamás ser padre, de nunca contemplar en ninguna mujer ese milagro de dar vida.
Muchas veces Eva nos sorprende con algún grito de dolor risueño cuando es asaltada por algún movimiento, involuntario y distraído, de aquel bebe que ella lleva en su vientre. Trata, sin obtener resultado alguno, de trasmitirnos esa sensación de felicidad al llevar en su vientre a un nuevo ser, minúsculo e indefenso, pero capaz de provocar los sentimientos más puros y espontáneos, esos que no son muy comunes en nuestra precaria condición humana. Me quedo perplejo, alunado, tratando de imaginar a Sofía esperando un hijo mío, inspirándome la ternura de darle todo mi amor, toda mi devoción en esa dulce espera, cumpliendo sus antojos, mimándola con esa barriga prominente (la misma que hoy luce Eva) y mirando a Sofía, llorando de dicha y agradecimiento, por ser tan generosa al darme la oportunidad de ser papá.
Existen tantas cosas detrás del milagro del alumbramiento. Es increíble que un acto tan manoseado, tan vilipendiado y ligero como el sexo sea capaz de darnos algo tan puro y tan mágico como la posibilidad de traer un bebe a este mundo. Jugamos, bromeamos y satirizamos el sexo, pero al final de todo, somos producto de eso.
Los invitados iban llegando uno a uno. Eva se alegraba con el cariño de cada persona que estaba presente. El bebe, al que responderá al nombre de André, seguramente también estaba sonriendo, si es que sabe hacerlo, al sentir a su mamá tan feliz.
Los animadores de la fiesta comenzaron su repertorio. Nos sacaban a bailar, a cantar, nos ponían en ridículo, todo con tal de robarle una risotada a la futura madre. Eva comía y reía, era feliz viendo como sus amigos se sometían a las pruebas más simplonas y divertidas que la imaginación afiebrada de ese dúo de la animación podía perpetrar contra nosotros.
Llegó el momento de los regalos. Eva y Emmanuel debían adivinar qué era lo que había en tantos paquetes envueltos.
-Aquí hay ropita –decía Emmanuel. Fue lo único que dijo en toda la noche.
Todos los regalos eran prendas diminutas, retazos de tela en forma de cuerpos pigmeos, liliputienses, que causaban los suspiros de todos los invitados. Es increíble que esos seres tan pequeños, con el tiempo, se conviertan en hombres y mujeres como nosotros. Son ángeles, dice mi mamá.
La noche pasó como un suspiro. El repertorio o las fuerzas de ese dúo de animación se esfumaron. Para terminar, esta pareja que nos había alegrado la noche se despidió muy cariñosamente, con besos y abrazos, y dejando en cada una de nuestras manos, una propaganda de su trabajo. Animación Sana Infantil, decía el panfleto. Mi amigo Samir me mira, travieso y cómplice, y dice:
-Tigre, para cuando quieras ser papá.
-Gracias. Pero todavía no –dije.
Todavía no, por lo menos hasta que Sofía vuelva conmigo, pensé.



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