lunes, 24 de noviembre de 2008

El Taxista

Era fin de semana después de un reencuentro con Silvia. Fuimos a tomar un café y a conversar un rato. Hacia mucho tiempo que no salía con ella y sin embargo nuestra complicidad y confianza no habían disminuido. Terminamos nuestro encuentro muy pasada la media noche. Como todo un caballero me ofrecí a llevarla a su casa. Fue un acto de amistad y agradecimiento por la buena charla. Subimos a un taxi y nos dirigimos a San Miguel.
Sentía, durante todo el camino a su casa, que ella quería prolongar la noche, quería seguir conversando y exponiendo nuestras vidas todo este tiempo de ausencia. Yo me sentía físicamente destruido, aniquilado, fulminado, ya era muy tarde y lo mejor era entregarme a los brazos de Morfeo. Bajamos en la puerta de su casa, nos despedimos, nos dimos un fuerte abrazo y prometimos volver a concertar un encuentro como éste.
Caminé hacia la avenida en busca de otro taxi que me lleve a San Borja. No fue tan difícil. Un auto amarillo se orilló y yo me acerqué a preguntarle cuánto me costaba una carrera hasta mi casa.
-Buenas maestro, ¿Cuánto hasta San Borja Norte? –pregunté.
-Ocho soles –respondió ese hombre de aspecto provinciano acriollado que pareciera haber pasado su vida siempre llena de problemas.
-Vamos –dije, aunque el señor taxista no me inspiraba mucha confianza a primera vista.
Subí al coche y José (porque ese es el nombre del taxista y porque siempre hay un José en Lima) pone primera y avanza.
-¿Qué hora es joven? –preguntó José.
-Las dos de la mañana -dije.
-¡Asu! Ya es tarde. Con usted hago una de mis últimas carreras, porque mañana tengo un matrimonio.
-Pues entonces debería ir a descansar.
-Si. Se casa mi cuñada y yo seré el chofer.
-Felicidades para su cuñada –dije, sólo por cortesía.
-Mi cuñada es una mierda –respondió José y me dejó sorprendido-. Yo lo hago por mi esposa, porque mi cuñada me odia y yo la odio.
-Pues si la odia, no debería ir a la boda –dije.
-Es que yo soy el chofer y lo hago por mi esposa.
-Entonces debería cobrarle por el paseo.
-¿Sino? Soy un huevón. Todo lo que hago por mi señora.
-Debería ir a descansar y mañana cobrarle a su cuñada el paseito.
-Tiene razón joven, porque yo tengo que sacar billete para pagar este carro alquilado y mañana perderé toda la tarde paseando a esa bruja.
-¿Y a dónde la va a llevar a pasear a su cuñada?
-No sé. Donde me diga ella o su esposo.
-Llévelos a San Isidro, al Parque el Olivar (el lugar donde esperábamos Sofía y yo el comienzo de una obra de teatro, el lugar donde comenzó nuestra historia de amor) –sugerí, recordando con nostalgia a Sofía.
-Si puede ser. Es bonito por ahí –dijo José.
-¿Y se casan por civil o por religioso?
-Se casan por las huevas. Si su esposo ya la conoce. Tienen tres hijos. Ya han hecho de todo –dijo pícaro, José, y yo celebro su buen humor con una risotada.
-Entonces ¿Por qué se casan? –pregunté.
-Por monos, por las huevas.
-Seguro como un nuevo acto de amor –sugerí y José hizo un mohín de fastidio.
-Si, por amor –dijo burlonamente.
-¿Por qué tanto odio maestro?
-Ella me odia a mi joven, yo la odio porque ella me odia.
-¿Por qué lo odia?
-Porque la rescaté a su hermana, que ahora es mi señora, cuando tenía catorce años y yo tenía veintiuno.
-¿La rescató? –pregunté sorprendido.
-Si, la rescaté –dijo el taxista, orgulloso.
-No será que la raptó maestro –pregunté.
-Claro, eso, la rapté –aclaró José.
-Entiendo, usted sacó de su casa a su señora cuando ella tenía catorce años y usted veintiuno.
-Si joven. Por eso mi cuñada me odia. Yo no le he hecho nada a esa bruja, yo solo rescaté…
-La raptó –corregí.
-… si, eso… la rapté a mi señora cuando era jovencita, la hice mi mujer y después regresamos cuando todo estaba consumado. Regresamos como marido y mujer.
-Entiendo.
-Yo hablé con el dueño de todas las hijas, o sea, con el papá, nos metimos unas chelas y conversamos de mi situación. Le dije que yo era bien chamba y que ella ya era mi mujer y que yo le iba a responder como hombre. El señor, entre trago y trago, me dio su bendición y le dijo a mi cuñada que no se meta, que él daba su permiso.
-¡Ah bueno! Con el permiso del padre ya es otra cosa.
-Claro pues joven, yo la…
-Rapté.
-… eso, si eso… pero después regresamos como pareja.
-¿Y por qué se la llevó tan jovencita?
-Porque estaba bien rica la chibola, y hasta ahora, mi señora se conserva, es grandota, tiene de todo. Si la Mariella Zannetti está veinte puntos, mi mujer estará en diecisiete o dieciocho. Mi señora es un mujerón.
-¡OH, felicitaciones maestro! –dije.
-Gracias joven. Pues la verdad que sí, todos mis amigos me preguntan por mi señora y me dicen que está buena, claro, con mucho respeto porque sino me cruzo y eso termina en golpe.
-Como tiene que ser, no se le puede faltar el respeto a su señora.
-Claro pues joven.
-Pero converse con su cuñada y dígale que ya eso pasó hace mucho tiempo y que las cosas no salieron mal, que usted ahora tiene una familia con su hermana y que le respondió como el hombre que es.
-Gracias joven, pues sí, eso le digo, pero igual esa bruja me odia.
-Bueno es cosa de ella entonces.
-Seguro lo que pasó es que cuando era joven y me llevé a su hermana me gustaba mucho la pelota. Yo era bueno joven, pude haber llegado a la selección nacional.
-¿En serio?
-Si joven, era pericotero, tenía un quiebre de la patada. Mi viejo, que en paz descanse, era otro pendejo con la pelota, por él me inicié en el fútbol, me llevaba a jugar a todos los equipos, pero cuando me casé ya tuve que dejar el juego por el taxi, porque también me gustan los carros joven, y entonces la pelota quedó en el pasado.
-¿Y ya no juega ahora?
-Sí, si juego, con mis cachorros, que también me sacaron lo pelotero.
-¿Cuántos hijos tiene?
-Cinco, la primera es mujercita y el resto varoncitos.
-¿Y quiénes juegan como usted?
-El mayor de los hombres, ese huevón juega que da miedo, lo voy a llevar a probarlo a Alianza, el club de mis amores.
-No me diga ¿usted es aliancista?
-Si le digo joven, por mis venas corre sangre azul.
-Aunque se vaya a segunda división –dije burlón.
-No joven, Alianza no se va, y si se va, regresa, pero yo siempre seguiré siendo grone.
-Entiendo –dije, y noté que habíamos llegado a la puerta de mi casa.
-Así es pues joven. Yo vivo en San Juan, he jugado con varios chicos que ahora están en la profesional, yo les he enseñado todo lo que sé y ahora ellos la rompen en la profesional. ¿Usted conoce a Micky Fernández del Cristal? Yo he jugado con ese negro en mi barrio. Ese negro es sano, tranquilo, tiene su señora y ahora vive en Zarate.
-Mire usted, ha jugado con el gran Micky Fernández.
-Claro pues joven. En mi barrio somos peloteros.
-Yo también he vivido en San Juan.
-Entonces usted debe mover su pelota también joven.
-No, la verdad no mucho, me gusta, pero soy limitado.
-Bueno, con eso se nace pues joven.
-Es verdad.
-Bueno joven un gustazo, pero tengo que seguir levantando gente para poder ir a la boda de mi cuñada y para poder pagar el alquiler del carro.
-OK. Gracias por todo, mucha suerte con su cuñada y felicidades en su familia –dije.
-Gracias joven, cuídese.
Bajé del taxi, caminé hacia mi puerta y escuché como el coche partió con una velocidad exagerada en busca de otro pasajero, para salvar la noche y para mañana celebrar el matrimonio de la cuñada que odia, por culpa de esas rencillas familiares que, tal vez, unas cuantas chelas pueden hacer olvidar.

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