lunes, 26 de abril de 2010

Quinto Piso


Lo que escriba esta noche no será considerado como un artículo preparado o culto. Lo más seguro es que algunos levanten su voz de protesta por el hecho que voy a narrar, porque está de moda etiquetarse de persona culta y menospreciar algún tipo de arte, está de moda esa especie de marginación en nombre de lo ‘bueno’, cuando lo más sabio sería marginar en nombre del ‘gusto’ (algo personal y subjetivo), porque pocos (por no decir nadie) tiene la autoridad para decidir qué vale la pena y qué no.
Me considero un seguidor de lo relativo (una posición cómoda y superada de las cosas, quizá) pero creo fervientemente en la acción, por minúscula que sea, y no en la espera interminable de la creación ideal, de la iluminación celestial que aparece en las mentes de unos cuantos adelantados, genios, semidioses o semimortales que con pinceladas de arte y lujo hacen pequeños y maravillosos milagros, logrando que la vida sea más llevadera y menos miserable. Nadie quita lo que fue y es Vallejo, la inteligencia superior de Borges, la genialidad de Dalí y Van Gogh, la música extraordinaria de Chopin y Beethoven, y, la magia pelotera de Maradona. Sería lamentable que un niño o joven no desee ser futbolista porque no nació con ese don especial que tuvo ‘el Diego’. Bajo esa premisa, nadie jugaría al futbol. Al final creo que todos debemos realizar nuestros sueños de la forma más leal posible, sin traicionar nuestros ideales y sabiendo desde el comienzo qué es lo que queremos, sin que eso signifique sancionar y amonestar formal y estéticamente a las personas que no entienden el arte de la misma manera, como por ejemplo, los que ven en el comercio y la fama una forma feliz de terminar sus días de artista.
Anoche fui al concierto de Arjona, el cantante más ‘chancado’ en los últimos tiempos. Que su música es estúpida, que hace canciones de cualquier cosa, que sus letras son melosas, que le pega a su mujer o le pegaba a su ex mujer o que es comercial y hace música por dinero. Anoche la explanada del estadio Monumental estuvo repleta. Miles de almas gritamos y nos emocionamos con canciones sosas, vagas, sin letras rebuscadas, simples trovas con mensajes machistas y suicidas, como la vida misma que nos negamos a vivir, pero que terminamos viviendo. Porque, por más estúpidas que fueran las canciones de Arjona, sus letras narran las experiencias amorosas de gente común y corriente, esas que jamás seremos Cortázar, Gabo, Scriabin o Fito Páez. Son canciones lloronas, repetidas, siempre cantándole a ese amor que no puede ser, a ese amor que terminó para siempre pero al que seguimos guardando un luto eterno, sufrido. Ese es Arjona, un artista que hizo una marca registrada (y miles de miles de dólares en ganancias) del sufrimiento corriente de personas como yo, parroquianos de a pie, lo suficientemente tontos y llorones como para moquear cuando escuchamos la letra azucarada y desgarrada de sus canciones.
El concierto fue extraordinario. Canté y grité casi todas las canciones. La compañía fue insuperable, Norma, Carmen y Eder, aunque mi estimado amigo mantuvo la boca abierta la primera parte del show, y no por el asombro de ver a Arjona parado a varios metros de él, sino por los interminables bostezos que no podía disimular. Me gustó la parte en la que Arjona sugiere que los hombres somos mentirosos porque es la única manera de acercarnos a una mujer, porque es verdad, la mentira es parte del protocolo en nuestro intento por seducir y conquistar a una mujer. Me gustó la parte en la que Arjona describe el mal de amores, ese mal que nos pone en cuarentena, física y mentalmente, nos aleja del mundo y nos convierte en muertos vivientes que respiran por pura inercia. Comentó que ese estado calamitoso termina con el tiempo, pero mencionó que una forma de liberarse de esa enfermedad es escribiendo, cartas o correos electrónicos, con el afán de desahogar toda la mierda, toda la flema verde que llevamos en nuestras gargantas, hasta encontrar un lugar especial dentro de nuestros corazones para la nostalgia y terminar escribiendo algo parecido a la letra de ‘Te conozco’, una canción emblema del cantautor guatemalteco.
Arjona no es ni será, siquiera, un mediano representante de la música trova. Prefiero a Fernando Delgadillo, Edel Juárez, Pablo Milanes, Sabina, Silvio Rodríguez o Jorge Drexler. Pero Arjona será siempre el pretexto perfecto para recordar esos amores tan nocivos como sus canciones, canciones que lo llevan a ser el peor trovador del mundo, y a su vez, el único poeta popular capaz de llenar el Monumental de Lima con las MUJERES más ricas de la ciudad. Gracias Ricardo.

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