lunes, 15 de diciembre de 2008

Coplas a la vida de mi padre

Mi padre y yo no conversamos mucho. Tal vez es una costumbre que estamos empecinados en no cambiar. Tal vez él no tiene nada que decirme. Tal vez yo tampoco.
Mi padre llegó a esta ciudad cuando tenía la edad que yo tengo ahora, veintitrés años. Entró a la policía y quizá ahí aprendió a decir lo necesario y a escatimar palabras. Ingresó a la universidad porque se cansó de ser un simple cabo. Estudió contabilidad y terminó su carrera el año en que conoció a mi mamá.
Mis padres se casaron a los nueve meses de conocerse, según ellos, sin ninguna prisa evidente. Mi papá tenía la idea de no encargar ningún bebe a la cigüeña porque quería sacar el titulo de contador y tenía que invertir todo su dinero en esa empresa. Pasaron algunos meses y mi padre se dio cuenta de que no pudo cumplir su promesa, mi madre ya estaba esperándome.
Pasaron los nueve meses de rigor y con ellos llegamos el titulo de contador y yo.
Cuando cumplí los tres años mi padre logró hacerse oficial de la policía nacional, dando un examen de admisión, ocupando el primer lugar. Yo no sabia nada, por eso no lo felicité. A los pocos meses lo destacaron a Huancayo. Yo no iba ni a la escuela primaria, así que no me quedó más remedio que ir con él.
Cuando regresamos de Huancayo se hizo presidente de la cooperativa de todas las cooperativas. Nunca entendí mucho de esas cosas, a penas tenía seis años, por eso tampoco lo felicité.
Cuando cumplí los diez años mi padre ascendió a mayor. Le hicieron una gran fiesta en casa, celebrando tan loable rango. Estuvo tan borracho esa noche que tampoco lo pude felicitar.
Cuando cumplí dieciséis años mi padre ascendió a comandante. Yo estaba preparándome para postular a la universidad. A los pocos meses ingresé y recuerdo de ese momento las palabras más felices de mi padre hacia mí: hijo, tienes un gran futuro. Él era un comandante y yo un cachimbo san marquino.
El año pasado mi padre comenzó a enseñar en una universidad privada, algo que me gustaría hacer, dirigirme a un aula que espera escuchar algo interesante, es un gran reto. Admiraba su respeto por los horarios y su dedicación, cuando lo veía salir los días sábados a las cuatro de la mañana, rumbo a Huacho, donde eran las clases.
Este año mi padre ascendió a coronel. Fue un examen arduo y la espera de los resultados fue eterna y angustiosa. Mi padre se había preparado por muchos años para lograr esta meta, ser coronel. Había estudiado cada día, cada semana, cada mes por casi cinco años. Se levantaba a las cuatro de la mañana para correr a la computadora y leer todas esas leyes enredadas que no llego a entender para qué sirve. Salía a caminar en las noches con su libro en mano y una linterna que iluminaba su lectura y sus pasos. Se privaba de algunos lujos, de algunas salidas, de algunos viajes, que bien merecido se lo tenía, pero que prefería no hacer, para no perder el tiempo en otra cosa que no sea estudiar. Todos estos sacrificios, a sus casi cincuenta y cinco años, lo hacia sin descuidar sus labores en el trabajo y sufriendo los embates de las desventuras de un hijo inefable como yo.
Ahora, mi padre recuerda con cariño y nostalgia, sus épocas de cabo, parado a media noche en la embajada norte americana, con su fusil y su silla, detrás del muro de concreto que hacia las veces de trinchera.
Mi padre no habla mucho, pero en todos estos años que vivo con él me ha enseñado algunas cosas, a parte de las matemáticas y el ajedrez: me ha enseñado qué pastilla comprar para evitar el embarazo de una chica, me ha enseñado que la universidad no es para mí, me ha enseñado que lo mejor es ganar mi propio dinero, me ha enseñado a montar bicicleta, me ha enseñado lo que es un preservativo, me ha enseñado a conducir (digamos que más fueron clases teóricas, pero vale la intención), me ha enseñado que patinar es peligroso, me ha enseñado que el silencio y las pocas palabras a veces vienen bien.
Son pocas las conversaciones con mi padre, pero su vida es un ejemplo de perseverancia que no logro captar del todo. Nunca esperó una felicitación mía ni de nadie, nunca esperó que aplaudieran sus disertaciones ni que lo levantaran en hombros por cada uno de sus logros. En las reuniones en su honor, en casa de algún tío, siempre mantiene el perfil bajo, la miraba risueña y esa sonrisa imperturbable que indica que siempre estará pensado en el siguiente paso, en la siguiente meta.
Mi padre es un inagotable batallador, un incansable guerrero, con un talento innato para la vida y para las grandes pruebas. Jamás se deprime ante una barrera, nunca da su brazo a torcer en busca de un sueño. Siempre esta leyendo, siempre esta pensando, siempre busca la manera de ver hacia delante, sin esperar que la vida lo premie, sin esperar nada más que su mejor esfuerzo.
Tal vez mi padre no sea el hombre perfecto, de seguro no lo es. Pero sus talentos y virtudes logran sobresalir más que sus taras o sus defectos.
Aquella noche, cuando nos enteramos que ya era coronel, lo esperé hasta muy tarde, pasada la media noche, le di un abrazo por todos esos abrazos que me ahorré años atrás y lo felicité por haber conseguido su sueño de ser coronel. Estoy seguro que jamás se sentirá tan orgulloso de mí como yo lo estoy de él, pensé.
-Te admiro mucho papá –le dije.
-Gracias hijo.
-Y ahora, ¿Qué viene? –pregunté.
-No lo sé, ya es muy tarde, mañana pensaré –dijo mi padre, me dio un beso y se fue a dormir.

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